Una plenitud primaveral que "huele" a "liberación definitiva"
Llevaba dos días sin salir de casa.
Como suelen afirmar los dichos y refranes populares: "en abril aguas mil"; pero también: "la primavera la sangre altera".
Me encanta y fascina como ninguna otra estación la primavera. El reverdecimiento de la naturaleza, los inconfundibles, embriagantes y psiconáuticos olores del florecimiento vegetal que te embargan, absorben y transportan a otra realidad... y con todo ello no podía faltar, como todos los años, un regreso evocador a las esencias y fragancias espirituales del esoterocultismo. Magnífico, bello, artístico, estimulante, imaginativo, mágico... metamákgico esoterocultismo que para un servidor siempre renace y retorna en cada primavera.
Y este año, entre otros estímulos artísticos, pictóricos, audiovisuales, musicales... pero sobre todo literarios, está casi en su apogeo primaveral volviendo gracias al siempre imaginativo, inquisitivo, inquieto, buscador y evocador escritor español Javier Sierra Albert, nacido el 11 de agosto de 1971 en Teruel, Aragón, España, donde fue nombrado hijo predilecto en 2018.
Aunque Javier Sierra empezó su trayectoria bien pronto en la radio, la prensa y la televisión, a mediados de la década de 1980, llevado y absorbido completamente por sus mayores intereses e inquietudes (la ufología, los fenómenos paranormales, los misterios y enigmas), no obstante desarrolló paralelamente una carrera como escritor de ficción y no ficción donde solía tratar esos intereses e inquietudes de una manera tan literariamente apasionante, que acabó no solo ganando el Premio Planeta en 2017 (uno de los más prestigiosos a nivel literario en España y el mundo hispanoparlante), sino siendo, en la actualidad, el único autor español que figura en las listas de los autores más vendidos en Estados Unidos como novelista.
Hace un lustro publicó su último libro hasta hoy, El mensaje de Pandora, una muy e irrelevante breve novela corta que escribió durante el confinamiento por la pandemia de covid, queriendo ser una metáfora reflexiva sobre los tiempos de cambios intensos que estamos viviendo en la actualidad. La compré y leí nada más salir a la venta, la última semana de junio de 2020, es decir, exactamente dos días después de finalizar el confinamiento en España. Apenas tenía 200 páginas y aunque en principio despertó mi interés, enseguida me decepcionó, leyéndola de una sentada durante mi paseo vespertino por la mota del río Segura. Pero ya venía de lejos mi disgusto personal y subjetivo con el popular autor turolense, pues su premiada novela El fuego invisible no me convenció.
Entonces dio la repentina impresión de que Javier Sierra desaparecía del panorama editorial y nos olvidamos un tanto de él sus lectores, al menos en lo que a mí concierne, absorbidos como estamos por las continuas novedades editoriales que cada mes salen a la venta en las librerías (cada año se publican en España 87.100 libros nuevos).
Pero dos días antes de terminar febrero de 2025 volvió Javier Sierra a ocupar un significativo espacio en las mesas de las librerías donde están expuestas esas novedades editoriales, con un singular libro, a medio camino entre una atrapante novela de iniciación mistérica y un específico ensayo autobiográfico, donde los límites entre ficción y no ficción se diluyen al peculiar estilo sierrano, orbitando alrededor de sus temas predilectos, enigmáticos y misteriosos, volviendo así, por fin, el popular autor turolense a la carga con una emocionante obra que estimula todos los sentidos y la imaginación disruptiva de nuestros condicionamientos mentales que nos impiden ver más allá de la deformación neuronal con la que interpretamos y distorsionamos la realidad, para retomar lo que ya contó a fondo en 2013, a través de la magnífica obra El maestro del Prado, donde reinterpreta la historia del arte para mostrarnos sus entresijos desde una perspectiva sacra y atenta; una mirada y visión del arte pictórico desde la prehistoria, pasando por los museos más conocidos, que ya hemos perdido. Por eso El plan maestro nos enseña a recuperar esa segunda mirada y visión sacra olvidada a favor de la deformación perceptiva materialista, evocando la forma desprejuiciada (o al menos no tan condicionada) que tienen los niños de ver las obras de arte y hacer conexiones que los adultos somos incapaces de hacer.
Aunque lo más fascinante en realidad a mi juicio es la evocación manifiesta que Javier Sierra presenta sobre los "maestros instructores" o presuntos humanos enigmáticos que aparecen en las salas de los museos más conocidos, para instruir en la forma sacra de ver las obras pictóricas de arte con una "segunda visión", que sirva de puente conexivo entre esta realidad y otras realidades, siendo esa función una reconversión perceptiva que transforma un cuadro pintado, en una especie de "portal" de acceso a otras realidades.
Así que esta mañana, viernes, 18 de abril de 2025, Viernes Santo, fecha sagrada para los cristianos, católicos en particular, donde se celebra la crucifixión y muerte de su personaje representativo, divino, mitológico y simbólico principal (aunque la aplastante mayoría de gente sigue creyendo que fue una verdadera persona histórica que existió en realidad), he sentido la necesidad y el impulso de recorrer mi camino particular, la mota del río Segura, desde Orihuela hasta Beniel, pues aunque amenazaba alguna nube que otra por la bóveda celeste, en realidad el día ha salido soleado y con esas peculiaridades de la primavera que la sangre altera, pues brilla un sol incandescente que parece veraniego, pero simultáneamente sopla un viento fresco a intervalos bastante irregulares, que piden prestar atención para no descuidarse.
Y el aroma, los olores intensos, el perfume de las flores en su plenitud, con una serie de múltiples fragancias esenciales esparcidas a cada paso de mi caminar, me ha transportado mientras leía de la página 175 donde me quedé anoche antes de dormir, hasta la página 321 donde he detenido la lectura a mediodía, cuando estaba a punto de llegar a Orihuela, para empezar a escribir por impulso visceral este post, finalizando mi evocador paseo con Javier Sierra y sus especulaciones subjetivas sobre los presuntos "maestros instructores" que, al menos, no se cierran a una conclusión perfecta y completa, cual dogma de fe similar a cualquier religión ortodoxa o secta heterodoxa, donde todas las respuestas ya están dadas de antemano, pero no son nada creíbles si somos algo sinceros con nosotros mismos y estamos abiertos a explorar los límites de la realidad.
Véase, particularmente, debido a las fechas de la Pasión en curso, el caso del cristianismo y su objeto de culto cual sujeto en el que hipotéticamente 1.900 millones de personas creen a pies juntillas como su salvador, sin más motivo ni evidencia que una tradición milenaria heredada y un condicionamiento cultural implantado; algunas con fe genuina; algunas solo con protocolo y ese ciego, sordo y mudo dejarse llevar por lo que hay sin más cuestionamiento ni reflexión.









