Actitud Consciente (Proyecto Ac.Co)

Con la llegada de Balsekar a mi vida no solo se produjo un único acontecimiento significativo, como lo fue el crucial cuestionamiento de la volición, sino varios. El más inmediato, durante la segunda mitad de 2007, fue la ruptura de la amistad presencial con Gustavo. Pero un año y medio después, en los últimos meses de 2008, también sucedería otro acontecimiento importante para dejar atrás mis influencias durante tres lustros y quedarme con la esencia de todo lo que me aportaron, encontrando, por primera vez, mi propia voz: una síntesis entre el pensamiento de Balsekar y Krishnamurti. En el momento de embarcarme en esa síntesis descubrí los cuadernos Moleskine de tapas duras y 240 páginas, volviendo temporalmente a la escritura amanuense para plasmarla.

Durante una década Gustavo y yo nos habíamos establecido progresivamente en la amistad compartiendo descubrimientos literarios e influencias personales, primero en la espiritualidad y luego en la contracultura. Como había sucedido con anterioridad, compartí mi nuevo descubrimiento con él. Por primera vez en esa década, Gustavo no conectó a ningún nivel y ahí se produjo un primer e inevitable distanciamiento, pues había tomado una decisión que le alejaba por completo de la "mala vida" lúdica que habíamos llevado hasta el momento: casarse con su novia Ana y formar una familia, teniendo descendencia. Balsekar, por tanto, como tantas veces me ha sucedido en la vida, fue simplemente el catalizador de la ruptura poco antes, no el causante. Además fue una ruptura completa, sin contacto por ningún medio. Cuando me lo comunicó acepté enseguida y de manera incondicional.

Nadie puede entender más que un servidor este comportamiento, pues durante toda mi vida me ha pasado lo mismo con la gente: cuando una etapa termina, simultáneamente termina todo lo que va asociado a ella, incluyendo las personas que tuvieron relevancia o que aparecieron en el camino dentro de ese contexto finalizado. A mi juicio se trata de un modus operandi o comportamiento espontáneo e intuitivo que no es ni más adecuado ni más inadecuado que cualquier otro modo de proceder. Quien te conoce lo sabe y lo acepta, aunque a veces le pueda doler porque lo ve o entiende de otra forma.

Más de un lustro después, a mediados de 2013, Gustavo volvió a entrar en contacto conmigo a través de WhatsApp, tras establecer un primer contacto virtual con mi mujer Mery, mediante el perfil de Facebook. Lo hizo con ella porque desde finales de 2012 decidí ausentarme de las redes sociales para siempre, limitando mi actividad virtual al blogging y los pódcast, donde únicamente leía escritos amanuenses míos o hacía breves reseñas improvisadas de libros. Durante los siguientes siete años nos vimos una única vez en persona, a finales de 2016 creo recordar, junto con Charly, en una zona costera cercana a Villajoyosa, pero fue meramente anecdótica. El verdadero reencuentro significativo tuvo lugar en dos fases cercanas, la primera en septiembre y la segunda el 31 de octubre de 2020. Ese año fue el más difícil para Gustavo y su mujer, no precisamente por la pandemia de covid, sino por algo bastante peor y más grave. La vida les llevó a un límite insospechado, uno de esos límites a los que suele llevarnos muchas veces la vida sin "comerlo ni beberlo", como suele decirse. Cuando pasaron esa malísima racha, tuvieron otras vicisitudes. Parece ser que en este último lustro transcurrido los problemas de salud han llegado a la vida de Gustavo y su familia para quedarse, al menos de momento. La vida, como he podido constatar durante cinco décadas, no es nada fácil para nadie y su constante es la imprevisibilidad. Nunca se sabe lo que puede suceder ni mucho menos lo que nos espera al "girar la próxima esquina".

Y todo lo relatado sucedió, casual o causalmente, tras la llegada de Balsekar a mi vida. ¿Quién hubiera podido prever lo que se avecinaba por el horizonte? Ni con los prismáticos más precisos y tecnológicamente avanzados hubiera sido capaz de ver lo más mínimo de aquello que venía a mi vida. Lo peor de todo ello a efectos prácticos y vivenciales fue el cuestionamiento de mi cordura por parte del entorno familiar (aunque ya hacía tiempo que mi madre iba gestando la idea en su fuero interno) y todo lo que esa soberana mierda implica a nivel social. Pero nunca hay mal que por bien no venga, como afirma el popular refrán español. 

Lo más importante del primer y único colapso mental que he tenido en mi existencia, fue ver la caída de las máscaras personales que todos tenemos. No por casualidad la palabra persona hace referencia a máscara en griego, si mal no recuerdo. Gracias al cuestionamiento de mi salud mental pude ver el verdadero rostro de la gente cercana, así como el funcionamiento sanitario, psiquiátrico y social del entorno presuntamente civilizado que nos rodea. Pero lo más importante, corrido el suficiente tiempo (casi dos décadas), ha sido constatar la importancia para tu vida que tiene la gente con la que te rodeas y las dinámicas relacionales que estableces. Hasta el momento nadie se había atrevido a tratarme irrespetuosamente, sino todo lo contrario. A partir de entonces y hasta mi renuncia a cualquier intento de psiquiatrizar mi vida, pocos meses después, vi las actitudes condescendientes, paternalistas y totalmente infantilizadoras que la sociedad se gasta con el tema de la salud mental. O al menos se gastaba. Hoy no tengo ni idea, aunque por lo que he podido leer, las cosas no parecen haber mejorado mucho, excepto en las eufemísticas correcciones políticas de moda. Puro teatro social lampedusiano: cambiarlo todo para que todo siga igual. Nada nuevo en el proceder humano, por otra parte.

Muy significativo fue para mí un detalle: la amistad que hizo mi madre con una psicóloga, fundadora de una conocida asociación contra el cáncer y que en realidad desempeñaba un cargo profesional de funcionaria en el ayuntamiento de Alcoy como trabajadora social, fue el catalizador final que ratificó a mi bienintencionada progenitora (aunque ya se sabe: el infierno está empedrado de buenas intenciones) en sus convicciones: por desgracia, su hijo, quería creer ella, era bipolar. Por fin tenía la respuesta a sus dudas y los motivos por los cuales su primogénito varón no acataba lo establecido, dejaba de robar, buscaba un trabajo indefinido hasta la jubilación o mejor todavía, estudiaba oposiciones para ser funcionario, su verdadero sueño maternofilial. 

El significativo detalle al que me refiero es que aquella psicóloga mentada había sufrido trastornos mentales desde la adolescencia, intentando suicidarse varias veces (por descontado que, creo, sobra decir esto, pero lo diré: no solo ni lo he intentado, sino que nunca he pensado siquiera en el suicidio como posibilidad). Al final acabaron diagnosticándole un trastorno obsesivo compulsivo o TOC, por el cual llevaba más de media vida medicada con psicofármacos y acudiendo a psicoterapia. No obstante entraba en continuas crisis, pues la psiquiatría no cura las enfermedades mentales graves, las medica el resto del tiempo de vida para intentar controlar o al menos reducir sus peores síntomas en las personas afectadas. Pero lo importante a lo que me refiero no es su estado de precaria salud mental, sino el comportamiento social cara a la galería: nadie, excepto su círculo íntimo de familiares y amistades, lo sabía. Es decir, tenía una imagen social impoluta pero falsa por algún motivo. ¿Puedes imaginar el por qué? Yo no tardé en descubrirlo durante unos pocos meses, aunque eso dejó el estigma en la gente cercana que lo supo, destacando a mi madre y su íntima amiga psicóloga (ya ni hablemos de los pocos psiquiatras a los que consulté, incapaces de ponerse de acuerdo, pero emitiendo todos diagnósticos y opiniones subjetivas, como hacen los auténticos y genuinos pseudocientíficos).

El colapso mental al que me refiero consistió en estar tan insatisfecho con mi vida, que simplemente necesitaba romper con todo y empezar de cero. Tanto mis relaciones personales (concretamente la relación de pareja conviviendo un año con Leticia) como el insatisfactorio trabajo que desempeñaba, pasando principalmente por un estilo estresado e insaludable de vida (fumaba demasiados porros, no me alimentaba bien, sufría obesidad y ya no hacía nada de ejercicio), me pasaron una cara factura a pagar. Y entonces cometí el mayor error de mi vida: pedirle ayuda a mi madre. Es obvio que la única presunta ayuda que en realidad no necesitaba ni tampoco lo era, fue la que me ofreció: acudir a un médico homeópata de Alicante en el que confiaba su amiga íntima. ¿Qué me estás contando? ¿En serio me dices que acudiste a un homeópata o te estás quedando conmigo? Pues, por desgracia, no, no me estoy quedando contigo. Así estaba de perdido y confundido en aquella época. Eso mismo significó mi colapso: perder todo discernimiento. Ni Balsekar, ni Krishnamurti, ni Osho, ni Lobsang Rampa me sirvieron para nada. Ninguna filosofía de vida vino en mi ayuda porque todas las filosofías de vida sirven, básicamente, para lo mismo, es decir, para absolutamente nada. Son cartografías orientativas, donde el mapa nunca jamás es ni el reflejo del territorio y la vida suele usarlas para limpiarse el culo tras cagar.

Nada más entrar por la puerta de la consulta y antes de transcurrir cinco minutos de charla, emitió su diagnóstico: sufría trastorno bipolar hipomaníaco. No me conocía de nada, no lo había visto nunca antes ni una vez en toda mi vida y solo lo volvería a ver una única vez más, tiempo después, aunque fue un intercambio de otros cinco minutos sin relevancia alguna y en un contexto social. 

¿Cómo podía un homeópata emitir un diagnóstico psiquiátrico tan grave como ese que me atribuyó sin ser psiquiatra? Claro que al indagar un poco preguntándole, él mismo se contradijo mientras le negaba todos los típicos comportamientos que me contaba de las personas que sufrían un trastorno bipolar. Al final afirmó que era un bipolar muy atípico y me derivó a un psiquiatra alicantino de su confianza.

De entrada el psiquiatra negó el diagnóstico del amigo homeópata y tras unas sesiones dijo estar "tirando líneas" (sic) hacia un trastorno generalizado del desarrollo o TGD, hoy en día, si mal no estoy informado, encuadrado dentro de los trastornos del espectro autista. ¿De bipolar hipomaníaco a autista en apenas un mes? Bueno, algunas sorpresas psiquiátricas más me esperaban por delante durante unos meses, destacando al que había sido amigo mío durante ocho años, mientras todavía estudiaba la carrera de medicina y no se había especializado en psiquiatría, aunque en ese momento ya llevaba años ejerciendo, primero en Barcelona y luego en Inglaterra, pasando por una etapa como investigador del síndrome de Diógenes, el doctor Alberto Pertusa, cuyo diagnóstico fue muy claro, directo, inequívoco y definitivo: no me pasaba nada y estaba completamente sano a nivel mental. 

Así terminó a finales de 2008 la aventura personal con el cuestionamiento de mi salud mental, excepto para la gente que ya me había estigmatizado y no cambiaría su opinión, aunque se la tuvieron que guardar donde les cupiera. Hoy en día hace ya años que no tengo trato ni contacto con ninguna de esas personas (la psicóloga murió de cáncer hace años), incluyendo principalmente a mi madre.

Pero los últimos meses de 2008 no solo trajeron el cuestionamiento de mi cordura y su rechazo por mi parte, sino también la ruptura definitiva de la relación de pareja y convivencia con Leticia. Exactamente fue el 11 de septiembre de 2008 cuando volvieron una serie de libros de Krishnamurti a mi vida y compré los primeros cuadernos Moleskine, dando comienzo la síntesis balsekariana-krishnamurtiana. Faltaban pocos meses para que sucediera el acontecimiento más deseado en el último lustro de mi vida. 

Sin esperarlo ni tener la mínima sospecha sobre esa posibilidad, el 25 de mayo de 2009 acudí de buena mañana a mi turno de trabajo, como hacía todos los días desde el 1 de noviembre de 2004. A media mañana, el dueño me llamó a la oficina, donde estaba con el encargado. Me comunicó que, debido a la crisis económica, tenía que despedirme, pues no podía ahora permitirse mi sueldo o algo parecido. Sinceramente no me lo podía creer. No era capaz de dar crédito a lo que estaba oyendo. Pensaba que era un sueño e iba a despertar para incorporarme al turno de trabajo. Pero no lo era. Se trataba de la verdadera realidad liberándome, por fin, de aquella "condena". Tanto la etapa gasolinera como mi vida laboral se había terminado. Al salir por la puerta y saber que ya nunca jamás volvería por allí mi mente quedó en suspenso y silencio. Miré al cielo y me di cuenta de que no había vuelto a ver la inconmensurable belleza celeste objetiva desde hacía años. Había estado casi un lustro sumido en la ausencia y por fin volvía a la presencia. No estaba en un estado de conciencia presencial desde finales de 2001 y principios de 2002, cuando experimenté mi primer "satori" o despertar presencial "iluminado" pero temporal.

Mientras me alejaba de la gasolinera supe que jamás volvería a trabajar en aquellas condiciones, vendiendo mi tiempo de vida a cambio de dinero, que es lo que todos tenemos que hacer sí o sí por obligación social para sobrevivir. Se había terminado esa forma de prostitución para mí. No era el Estado español quien decidía mi vida laboral ni mucho menos mi jubilación, sino yo mismo. Y tomé la decisión siendo muy consciente de que lo hacía asumiendo las consecuencias que ello trajera a mi vida, incluyendo el cumplimiento de las amenazas y "profecías" agoreras de mi condicionante y tóxica, pero objetiva e inapelable madre, pues tenía razón en todo. Como es evidente y te puedes imaginar, hasta el momento no se han cumplido y eso que vivir he vivido al límite como pocos, sin previsión de tipo alguno e incluso viéndonos casi en la calle, sin hogar, entre el 20 de noviembre de 2023 y el 31 de julio de 2024. Pero mientras esté vivo nunca se sabe.

No solo recibí el regalo de la despedida (probablemente sea de las únicas personas en el mundo que experimentó una regocijante alegría desmedida tras ser despedido de un trabajo fijo) sino que también empezaron a llegar beneficios de inmediato, en forma de remuneración económica, para finiquitar el contrato legal y la indemnización por despido improcedente (cosa que le agradecí eternamente al dueño, pues si hubiera querido podría haberme despedido muy procedentemente, ya que no solo era un pésimo trabajador sino que también le robaba dinero de la caja y productos de la tienda). La única que se enfadó y me lo reprochó fue mi madre, pues a su acertado y nada desencaminado juicio, me había ganado a pulso el despido.

El dueño también se portó muy bien conmigo al prepararme todos los papeles para pedir la prestación por desempleo que me correspondía, según la legalidad laboral vigente, durante un año y medio. Antes de nada, a lo largo de esa misma mañana, acudí a las oficinas del Servef (o como se llamara entonces) y arreglé la prestación de manera rápida y eficaz. Todo surgió con la mayor fluidez. Simultáneamente acudí a la Casa del Libro y me compré dos ejemplares de la mejor traducción y edición más completa del texto taoísta sagrado por antonomasia, con traducción directa del chino al castellano (normalmente las traducciones son del inglés al castellano) y un exhaustivo estudio preliminar del filósofo, sinólogo y eminente traductor español Iñaki Preciado Idoeta. Hablo de Los libros del Tao. Tao Te ching. En aquel momento compré todavía la primera edición de 2006, publicada por la madrileña Editorial Trotta, una de las mejores en la edición de libros sobre religiones, orientalismo y espiritualidad clásica. Jamás, a lo largo de los treinta años transcurridos desde que me interesé por el orientalismo, he visto ni leído una traducción y edición del Lao zi, conocido como Tao Te ching, que se acerque a la de Iñaki. Es la mejor con diferencia y de largo. Además, revisada constantemente durante el transcurso de las casi dos décadas acaecidas.

Así dio comienzo mi estudio exhaustivo del pensamiento no dual chino, a través del taoísmo filosófico, que complementaba, en la recta final, a todos los autores referenciales que había leído durante dos años, con Balsekar de fondo e inspiración principal, pero ya un tanto distanciado, tras leer a fondo varias veces el libro principal de Sri Nisargadatta Maharaj, su maestro o gurú angular, Yo soy Eso, y darme cuenta de que las enseñanzas diferían bastante. Entre otros leí los libros de Ramana Maharshi, Wei Wu Wei, Wayne Liquorman, Tony Parsons o David Carse. Pero el pensamiento no dual había agotado ya sus posibilidades y potenciales, por tanto, llegaba el momento de encontrar mi propio camino y voz particular.

Como deseaba distanciarme de Alicante tras los cuatro años y medio de frustración, desesperación e insatisfacción crónica vivida allí, no se me ocurrió nada mejor que volver a Alcoy, lugar de partida y regreso. Evidentemente tampoco tuve mayor imaginación ni creatividad que regresar a la famosa "zona de confort" tan cacareada en la autoayuda posmoderna: el piso de mi madre. Y como también era más que evidente, no pasaron muchos meses antes de volver a nuestra decimonónica convivencia conflictiva de manual. Pero esto suele ser algo muy característicamente humano: ante lo desconocido, preferimos elegir, por automatismo inconscienciado, lo malo conocido antes que abrirnos y descubrir lo bueno por conocer. Sí, con el pensamiento no dual o sin él. Sí, con todo un bagaje espiritual y oriental y filosófico y lleno de ideas y herramientas y metodologías y recursos o sin él, no importa. 

Entonces intervino la vida y sus circunstancias para que se desencadenara la primera ruptura temporal aunque inequívoca con mi madre, el pasado y cualquier forma de dependencia. La intensa y esencial vivencia alicantina había marcado un irreversible punto de inflexión que me llevaba a descubrir todo un mundo, una gente y unas experiencias muy diferentes. A partir de ese momento nada iba a ser igual que antes y mi vuelta a lo conocido (incluyendo Alcoy o mi madre) tenía el tiempo contado, a pesar de que en ese momento no lo podía saber de ninguna manera. Si alguien me hubiera contado lo que venía, jamás me lo hubiera creído, mirando por encima del hombro con suspicacia. Lo más curioso, gracioso y especial de la vida es el factor sorpresa, tanto en negativo como en positivo. A mi juicio es exasperante esa obsesión neurótica que tenemos por intentar averiguar el futuro, de ahí que siempre haya sido alérgico a cualquier forma de futurología.

¿Y cómo se produjo la ruptura, tras un previo psicodrama "marca de la casa" Cerdá, muy previsible e inevitable? Pues de repente me entró una fijación obsesiva con el dinero recibido tras el despido de la gasolinera. Si mal no recuerdo la indemnización ascendía a 9.000 euros en total, más la prestación por desempleo, durante un año y medio, que era de unos 700 euros mensuales o algo parecido. El dueño me pidió pagarme la indemnización en tres cheques de 3.000 euros cada uno, dándole unos meses de respiro entre cheque y cheque para que se pudiera recuperar. Evidentemente acepté encantado, ya que no merecía ni de broma ese dinero, así que lo tomé como un dosificado regalo de la vida para empezar mi nueva vida liberado. 

Si bien mi madre cogió todo el dinero para gestionarlo correctamente, yo no quería saber nada de correcciones adecuadas. Había pasado casi un lustro en el "infierno" mental encadenado y ahora deseaba disfrutar de la vida sin remordimientos ni previsión de tipo alguno. Quería hacer las cosas mal a propósito y desentenderme de cualquier responsabilidad. Y así sucedió. Evidentemente peor no lo pude hacer con todo, pero eso me llevó a independizarme por primera vez en mi vida y descubrir, por fin, lo desconocido, con 34 años de edad. Mi madre me dio los cheques pero también me echó de casa. No podía ser de otra forma. Acababa de empezar agosto de 2009 y de entrada me quedé en la calle. Cargué todas mis cosas (libros y ropa) en el Renault Clio blanco que había comprado nuevo en 2006 y con el coche lleno partí hacia ningún lugar en particular. Estaba en "tierra de nadie" pero jamás en mi vida había sido tan feliz. 

Esa misma noche quedé con Charly, ya que nada más regresar a Alcoy retomé el contacto con él. Eran las fiestas de moros y cristianos de Cocentaina. Como tenía dinero disponible, compré varias botellas de licores destilados y bebidas energéticas. Cogimos una buena cogorza por la noche, con su mujer y la cuñada, haciendo un fabuloso botellón en un descampado a las afueras de Cocentaina. Fue una de las noches más memorables de mi vida, bailando en una disco móvil montada provisionalmente en la plaza central del pequeño pueblo alicantino. Recuerdo esa borrachera sincopada como mi primera celebración de la libertad total: liberación de la condena laboral; liberación de la condena maternofilial. Esa primera tentativa de ruptura seria duró un año y medio. Eso significa que mi madre y yo estuvimos un año y medio sin hablarnos ni tener contacto. Fue muy significativa la ruptura, pues descubrí que estaba mucho mejor a todos los niveles si tenía contacto cero con mi madre. Eso marcaría un punto de inflexión que, una década después, se materializaría como la ruptura definitiva.

Al principio y durante ese fin de semana volví al piso de Alicante hasta encontrar una vivienda de alquiler, pues tuve la suerte de no devolverle las llaves a mi madre sin darme cuenta, si no, tendría que haber vivido y dormido en el coche, imagino. Fue una gran suerte fortuita, la verdad. El lunes siguiente, sin falta, recorrí Alcoy, Cocentaina y Muro buscando un piso de alquiler. Pero era agosto y las inmobiliarias estaban todas cerradas. No daba la impresión de que pudiera encontrar vivienda. Entonces iba de camino hacia Alicante sin esperanza, cuando me paré en la gasolinera Galp para la que trabajé en los veranos de 2003 y 2004, pues necesitaba repostar gasolina. En el turno estaba Andrés, un ex compañero. Me preguntó cómo me iba la vida, pues hacía años que no pasaba por allí y sentí la necesidad imperiosa de contarle lo que estaba viviendo, sin saber muy bien por qué se lo contaba. Entonces me dijo que él tenía un piso de alquiler y, precisamente en ese momento, acababan de vaciarlo los últimos inquilinos, por tanto estaba disponible para entrar a vivir ya. ¿Qué me estás contando? Sí, yo todavía no salgo de mi asombro, por la "coincidencia" fortuita, más de tres lustros después. Ahora que lo pienso, en una inmobiliaria y sin contrato de trabajo, estando en el paro... ¿Alguien me hubiera alquilado un piso? No lo creo. Pero con Andrés no tuve problema, pues me conocía de haber trabajado allí y a pesar de contarle mi situación, le quitó toda la importancia.

Y así dio comienzo mi primera verdadera independencia liberada de todo condicionamiento pasado, en algún momento de agosto de 2009 que no recuerdo con exactitud. Charly vivía con su mujer Clara cerca de mi piso, en una vivienda de segunda mano que se compraron en propiedad, reformándola al completo. Me ayudó con la mudanza, cosa que agradecí. Retomamos la amistad pero nunca jamás sería como antes. En esta ocasión esa segunda fase de la amistad estrechó los lazos con su mujer Clara antes que con él, pues en un momento dado de los siguientes meses le pasé el libro principal de Balsekar con el que yo empecé, Habla la consciencia, y ella conectó a fondo, uniéndonos ese hecho. Tras años de abandono y distanciamiento, retomé mis investigaciones pseudocientíficas en el campo de la naturopatía y el quiromasaje, pensando que podría ser una buena salida profesional dar masajes y retomar la "consulta" como consejero de salud naturista, aunque no llegué muy lejos por esa vía. Mis mayores indagaciones se centraron en la inmunomodulación, sin llegar a ningún sitio (la pseudociencia es cuestión de férreas creencias, no de evidencias).

Y entonces llegó la respuesta tras una conversación que tuve con Raúl, un empleado joven de la empresa de muebles que estaba en la esquina. Charly y Clara hicieron mucha amistad con él tras amueblar su piso en propiedad allí. Me lo presentaron y de vez en cuando pasaba por la enorme tienda para compartir un rato de charla, pues era un joven con inquietudes. Si mal no recuerdo, el acontecimiento se desencadenó el 9 de diciembre de 2009. Esa tarde conversé con Raúl sobre la importancia de la actitud en nuestra vida y esa conversación fue muy significativa, pues no sé qué conexiones surgieron en mi cerebro (evidentemente para Raúl fue una conversación más sin ninguna relevancia) pero tras salir de allí supe que había llegado el momento más esperado de mi vida: la creación de un primer proyecto vital serio, completo y comprometido. 

Al principio me vino la idea a la cabeza del Método Silva de Control Mental, creado por el técnico electrónico estadounidense, de origen mexicano, José Silva (1914-1999) en 1966. Mi inspiración en este método de autoayuda no era en el contenido sino en el continente. Quería que mi primer proyecto vital estuviera bien desarrollado para poder ser vendido a nivel metodológico y sacarle, por tanto, un rendimiento económico. Entonces decidí empezar a indagar con las personas, a través de la creación de un grupo donde iniciara a sus participantes en el pensamiento no dual, pues tenía claro que mi primer proyecto vital consistiría en un método de autoayuda basado en el modelo de pensamiento no dual. Al comentarle la idea del Grupo No Dual (así decidí llamarle) a Clara, ella se entusiasmó y quiso implicarse desde el principio. Le comenté que, entonces el principio era captar gente. Y ella se implicó a fondo, tomándoselo en serio.

El 18 de diciembre de 2009 dio comienzo la primera sesión y encuentro del Grupo No Dual en mi casa. El experimento duraría apenas cuatro meses, tiempo suficiente para poner a prueba los efectos de la iniciación al modelo de pensamiento no dual. Los encuentros tendrían lugar cada martes y jueves por la tarde. Los participantes oscilaron entre las dos y las ocho personas. La mayoría de esos participantes fueron amistades cercanas. Clara estuvo siempre presente. 

El único implicado a fondo desde el principio fue un chaval joven de 23 años con muchas inquietudes, llamado Lidon Lluch, con el cual derivó luego una amistad de varios años. Fue el único que se implicó a fondo en mis dos primeros proyectos vitales. Lo captó Clara una noche que salimos juntos a socializar por la zona lúdica. Se conocían de haber trabajado tiempo atrás juntos como camareros. Pero tampoco tenían una amistad más allá del saludo protocolario cuando se cruzaban. Fue la captación más productiva con diferencia de aquel curioso experimento inicial.

Y por fin llegó el momento de la creación final de mi primer proyecto vital, el 1 de enero de 2010. Durante las tres semanas anteriores trabajé a fondo en él, escribiendo un primer libro de 97 páginas, donde perfilaba las ideas iniciales que lo caracterizarían en principio. El único que estuvo presente en la creación, establecida durante la Nochevieja de 2009 a 2010, fue José A. Arratia, un buen amigo de 25 años con el que compartí el primer año de mi nuevo proyecto y que llegó a convivir conmigo en el piso de alquiler, al igual que mi hermano David, o Ester, hermana mediana de Clara. 

Las últimas páginas de aquel rudimentario primer libro esbozaban esquemáticamente una metodología pensada para realizar un curso de fin de semana. Ese proyecto se llamó Actitud Consciente, también conocido y/o abreviado como Proyecto Ac.Co. A pesar de mis intentos durante los siguientes tres años de plena actividad e implicación, nunca cuajó de verdad a nivel profesional, es decir, que nunca se llevó a efecto la enseñanza de su metodología en un curso de fin de semana y tampoco llegó a dar beneficios ni rendimiento económico, aunque estuvo a punto de conseguirlo. 

Antes de llegar a ese acontecimiento, sucedió algo inesperado que lo cambió todo de nuevo: conocí a mi futura mujer. Tuvo varios colaboradores a lo largo de cinco años, con mayor o menor nivel de implicación. Los dos más destacables entre finales de 2011 y principios de 2012 fueron Guimel Aroca, de 25 años y Carles M. Ripoll, de 28. Ambos desempeñaron el cargo informal de facilitadores (ya que la idea principal era que los instructores del proyecto fueran catalogados como facilitadores de actitudes conscientes). 

A Guimel lo conocía desde hacía años porque había trabajado con mi hermano de repartidor y eran amigos a nivel personal. A Carles lo conocí por Guimel y otros amigos en común. Estuvimos varios meses en Valencia, donde Carles alquilaba un piso en el barrio de Benimaclet todos los años, a través de sus padres, para estudiar la carrera de filosofía, presentando el Proyecto Ac.Co en varios lugares, centros y colectivos. 

Luego hubo un distanciamiento entre nosotros tres a mediados de 2012 y pasaron a formar parte del proyecto otros dos colaboradores, José Luis Rosa, de 37 años (que se convirtió en el coordinador) y Manel García, de 31 (que se convirtió en el catalizador). Ambos se implicaron más en serio, atravesando la recta final de la profesionalización del proyecto entre mediados de 2012 y principios de 2015, culminando en dos cumbres que tuvieron lugar en el piso de Alicante, en septiembre de 2014, dos meses antes de la presentación, en la librería Lé de Madrid, del único libro sobre el tema, que llegó a ser publicado en una nefasta pequeña editorial de coedición, que era más bien una estafa en toda regla, Mundi Book Ediciones, de Madrid. Esa horrorosa publicación y libro fue la puntilla final para el Proyecto Ac.Co. Se tituló Actitud Consciente es un camino para todo.

El cambio más importante de mi vida se produjo durante dos acontecimientos cruciales que tuvieron lugar a lo largo de un verano. El primero sucedió el 5 de julio de 2012 en Alicante. El segundo sucedió el 5 de septiembre de 2012 en Badoo. 

Guimel me invitó a pasar la tarde y la noche en Alicante con Carles. Iban a tomarse un tripi cada uno (pequeña cantidad de LSD-25). Siempre interesado en la exploración psiconáutica, Guimel era un fumador habitual de marihuana, pero iba buscando una experiencia psicodélica profunda. Y así fue como descubrió la dietilamida del ácido lisérgico, sin duda el mejor y más potente psicodélico semisintético de la historia, sintetizado por primera vez por el químico suizo Albert Hofmann (1906-2008) en 1938, aunque no se descubrieron sus efectos psicotrópicos hasta la primavera de 1943, siendo una revolución psicológica en todos los ámbitos, hasta su prematura prohibición en un proceso legal que empezó en 1962 y concluyó en 1968. 

Nos tomamos cada uno su tripi de camino hacia Alicante y los efectos empezaron tras llegar a la capital de provincia. Si bien Guimel ya había tomado algún que otro tripi, para mí era la primera vez. Lo consumí expectante, tras haber leído bastante literatura contracultural durante los doce años anteriores, destacando a dos de sus defensores apologetas más conocidos: el psicólogo estadounidense Timothy Leary (1920-1996) y el escritor también estadounidense Ken Kesey (1935-2001). Pero cualquier expectativa posible cayó fulminada al suelo en poco tiempo. 

No experimenté ninguna alteración ni distorsión psicodélica habitual a nivel perceptivo, sino que entré en un profundo estado de silencio mental interno, con la sensación del yo disminuida por completo, viviendo, durante las horas que tuvo efecto la sustancia psicotrópica, en un estado de presencia 100 % consciente. Vi la realidad sin disfraces ni maquillajes. Podía "ver" en el interior de todas las cosas. Es la única forma de intentar explicar con palabras lo más cercanas posible a lo inexpresable de aquello que viví. 

Pero el efecto residual no se detuvo ahí y siguió el estado de silencio mental durante unos meses más, hasta que las vicisitudes del día a día y el estado mental colectivo de la humanidad encarnada en este periodo planetario e histórico, volvieron a hiperactivar mi mente. No obstante la experiencia y su estabilización durante dos ingestas más espaciadas a lo largo de un mes, trajeron cambios conductuales permanentes: jamás he vuelto a fumar tabaco o porros desde entonces ni he vuelto a probar una gota de alcohol, perdiendo también todo el interés por los psicodélicos y cualquier otra droga posible, incluyendo el café o las bebidas energéticas. Fue algo totalmente inesperado, pues en ese momento, si bien ya casi nunca bebía alcohol, sí fumaba porros de marihuana todos los días desde que me levantaba hasta que me acostaba. Y mi interés por los psicodélicos o las drogas en general seguía intacto. De hecho, en los últimos dos años anteriores había probado ayahuasca, peyote y San Pedro, en un contexto neoshamánico, varias veces. Y todo se esfumó al instante.

Aunque ese mismo año había empezado a chatear con chicas en aplicaciones de citas  como Badoo o Twoo, nada cuajó ni tampoco llegué a quedar con ninguna. Pero la cosa cambió rotundamente el 5 de septiembre de 2012. Me puse en contacto con una joven de 22 años que decía llamarse Mery. Yo tenía 37. Ella vivía en Orihuela y yo en Alcoy. Al principio no coincidimos, pues yo solo me conectaba con los ordenadores portátiles y la red de las bibliotecas municipales públicas. Cuando por fin coincidimos una tarde de viernes, pocos días después, no solo chateamos sino que nos dimos los números de teléfono y empezamos a hablar durante horas y horas, todos los días. Quedamos para conocernos en persona dos semanas después. El 14 de febrero de 2013 alquilamos un piso en Orihuela y me fui allí a vivir con ella. Hoy, doce años después, seguimos juntos y más felices que siempre. Mi mujer se llama María de las Mercedes Baute Aledo, aunque todo el mundo la conoce como Mery. Nació el 8 de febrero de 1990 en el Hospital General Universitario Dr. Balmis de Alicante. Parte de su infancia la pasó en Las Palmas de Gran Canaria, pero desde la adolescencia vive en Orihuela. Su árbol genealógico paterno es de Tenerife, pero el materno es de Orihuela. Nunca he conocido a un ser humano tan feliz, divertido, bondadoso, paciente, incondicional y amoroso como ella. No le cabe tanto amor en el pecho. Es educadora e integradora social en un centro diocesano de menores en desamparo.

Y así fue como la llegada de Mery Baute a mi vida trastocó todos los planes que tenía con Actitud Consciente, perdiendo interés por el Proyecto Ac.Co cuando las cosas empezaron a irnos viento en popa y ella me dijo que no me preocupara por el dinero, pues íbamos a generarlo juntos con nuestros propios proyectos vinculares. Si en realidad quería seguir con aquel proyecto por gusto y placer, adelante. Pero si lo hacía por dinero, ya me podía olvidar. Y me olvidé bien pronto, aunque durante la siguiente década volvió a mi vida en nuevas fases personales pero desvinculadas de lo mercantil. En una de esas fases, a la que llamé "La Senda de Iniciación a los Misterios de la Presencia", se presentó por primera vez la contundente idea de la liberación definitiva, que desde entonces ha fundamentado mi vida y este blog. Fue el 17 de septiembre de 2017.

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