Ramesh S. Balsekar o el cuestionamiento de lo volitivo y una aceptación radical como camino: la llegada del pensamiento no dual a mi vida (vedanta advaita, taoísmo filosófico)
El punto de inflexión que cambiaría mi vida a todos los niveles y establecería un nuevo rumbo inesperado en mi investigación exploradora sobre los límites de la realidad, emancipándome así de todo el pasado (personajes, personas, ideas, especulaciones, creencias, intereses) llegó espontáneamente el 19 de febrero de 2007.
Durante los dos años anteriores me había distanciado por completo de la espiritualidad. El proceso de distanciamiento dio comienzo antes, a partir del verano de 2002, con la introducción de la filosofía occidental o la política y la contracultura en el trasfondo, como ya conté con anterioridad. Pero a partir de 2005 se intensificó acelerándose.
Bukowski y Dick se apoderaron de mi vida como las dos influencias principales e inauguré una etapa de exploración alejada de la espiritualidad y centrada básicamente en la literatura. Intenté leer ciencia ficción durante el primer año, conectando solo con algún que otro autor de la Nueva Ola, en especial Norman Spinrad, pero a principios de 2006 el asunto cambió por completo, tras una borrachera moderada y lo que viví durante sus efectos.
Por norma general nunca bebía alcohol fuera de un contexto lúdico y social con amigos, de la misma forma que el tabaco quedaba asociado a esas borracheras nocturnas de fin de semana. Llegado cierto momento anterior a mi partida hacia Alicante, aunque no muy alejado, los domingos por la tarde quedaba con Gustavo, comprábamos vino tinto de Jumilla a granel en una bodega cercana y nos íbamos a la parte posterior del paraje natural conocido como el Racó de Sant Bonaventura, donde empecé a practicar zazen años atrás. Allí subíamos a una especie de cueva abierta y sin profundidad (más bien un abrigo natural en plena montaña) y nos bebíamos el vino, que solía ir en una botella de plástico reutilizada. Pero a lo que sí me acostumbré en la etapa alicantina fue a fumar porros de hachís al principio, que por el tiempo cambié a marihuana (también en Alicante). Esa costumbre se apoderó pronto de mi insatisfactoria vida y fumaba todos los días. Eso implicó fumar bastante tabaco, porque tanto el hachís como la marihuana iban mezclados con tabaco.
La dinámica rutinaria de vida que tenía era levantarme de buena mañana para ir a trabajar en la gasolinera. Entre semana, de lunes a viernes, trabajaba en un turno partido, junto a una compañera. Abría la gasolinera a las siete de la mañana y terminaba el primer turno a las doce del mediodía. Me iba a casa para descansar y almorzar, volviendo a las seis de la tarde y terminaba el segundo turno a las nueve de la noche. Durante esas seis horas libres me dedicaba a fumar porros y tumbarme en el sofá para escuchar música. También leía libros y veía alguna película. Tras mi regreso por la noche al finalizar el segundo turno volvía a fumar antes de acostarme a dormir. Los sábados y festivos era diferente, pues me tocaba turno intensivo y solo, sin compañera. Durante una temporada hice el turno de la mañana, pero luego me tocó el turno de la tarde y ya me quedé con él hasta el final. Aunque el turno vespertino era una putada, ya que rompía el día entero, condicionando la mañana, no obstante los sábados eran el mejor día de la semana, pues el domingo libraba y se convertía, por tanto, en el único día de respiro. Por descontado que lo pasaba fumando porros desde la mañana hasta la noche. Durante 2005, tras la llegada de Philip K. Dick a mi vida, los domingos los dedicaba a pasear por Alicante leyendo sus novelas mientras fumaba hachís. Mi lugar predilecto era la zona del centro, recorriendo la Avenida de la Estación hasta Alfonso el Sabio, pasando por la Plaza de los Luceros y terminando en los dos castillos, San Fernando y Santa Bárbara. A veces incluso bajaba hasta la playa del Postiguet. Luego volvía a casa caminando y me tumbaba en el sofá para escuchar la discografía de Mägo de Oz, fumando hachís a pleno pulmón. Así transcurrió mi único día libre a la semana durante cuatro años.
El domingo, 29 de enero de 2006 tuve un problema menor pero muy condicionante para mí. Por algún motivo que no recuerdo fui incapaz de conseguir hachís. Siempre le compraba a un cliente joven de la gasolinera que vendía. Pero ese domingo estaba sin hachís ni dinero y encima salió un invernal día lluvioso, húmedo y frío. Aparentemente era un comienzo poco esperanzador del nuevo año, estrenado no hacía todavía un mes. Entonces me vino la idea a la cabeza como un relámpago: quedaba una botella de vino tinto Berberana sobrante de la cesta navideña que todos los años nos entregaba el dueño de la gasolinera. Pensé que esa era la solución para bajar el nivel de intensidad mental vigílica, pensante y sobria. No se acercaría a los efectos pacificantes, alegres y de bienestar narcotizado que producía el hachís, pero, bueno, era la única opción que tenía a mano. Me bebí la botella y entonces volvió, de repente, el recuerdo bukowskiano a mi vida.
No me pude quitar de la cabeza al poeta y escritor californiano más laureado e influyente del underground estadounidense, Charles Bukowski, durante la duración de la moderada borrachera. Era como si su "espíritu" o esencia vital estuviera allí presente, mirándome, sonriendo, asintiendo. No era un delirio alcohólico sino una especie de sensación reconfortante que me desconectó de todo e infundió ánimos. Y entonces fue como si "oyera" (recordara en realidad) las palabras de Bukowski que tantas veces había leído, especialmente en sus poemas: "si no hubiera tenido la escritura me habría vuelto loco o volado la tapa de los sesos". Entonces conecté el ordenador portátil y abrí un archivo de word. Tanto las ideas como su plasmación escrita salieron por sí mismas, en estado de fluidez. No sabía muy bien lo que estaba pasando, pero me dejé llevar por ello.
Durante el siguiente año me dediqué a escribir en un estilo propio inspirado por Bukowski. Lo llamé "relato poético". Gustavo se unió muy pronto y empezó también a escribir. Ahora sí estaba distanciado por completo de la espiritualidad por primera vez en mi vida, quedando absorbido por la literatura y mi nueva vocación como escritor. Tanto me lo creí y empoderé con ello, que incluso tuve el atrevimiento de enviarle un par de proyectos a la editorial Anagrama de Barcelona (una editorial fundada por Jorge Herralde en 1969 y que fue la encargada de dar a conocer en España toda la literatura contracultural, incluyendo a Bukowski, en la colección 'Contraseñas'). Ya te puedes imaginar la respuesta, aunque, todavía no dejo de sorprenderme, llegó, incluso se molestaron en enviármela por correo ordinario en una carta impresa, a la vieja y bukowskiana manera.
Entonces, contra todo pronóstico, llegó el 19 de febrero de 2007. Estaba inmerso en la plena insatisfacción crónica y eterna de mi vida cotidiana, que volvía los días insoportables. A mediodía, durante las horas de descanso en el trabajo, fui a la tienda de El Corte Inglés donde tenían librería, en pleno centro de Alicante. Entonces lo encontré allí, en la sección de espiritualidad. El libro se titulaba Habla la consciencia. No estaba escrito por el autor, sino que era la transcripción de las charlas estilo satsang (preguntas y respuestas) de un ex banquero hindú, al que se presentaba en la contraportada como el último gurú vivo de vedanta advaita. Su nombre era Ramesh Balsekar. El libro lo había publicado la editorial Kairós en 2004. Todavía era la primera edición.
Aunque desconocía por completo al autor y nunca jamás había oído hablar de él en mis indagaciones hinduistas anteriores, no obstante el libro me resonó hasta en el último recoveco de mi ser y lo compré sin dudar un instante. Recuerdo nítidamente a la perfección el efecto que tuvo la lectura del prólogo desde el principio, escrito por su alumno más avanzado, predilecto y heredero de la enseñanza neoadvaita balsekariana: el estadounidense Wayne Liquorman. Venía a decir algo así: "todo lo que hay es consciencia. Si usted entiende esto, cierre el libro y siga viviendo su vida feliz. Si por el contrario no es así, entonces el contenido que tiene delante puede aportarle algo". No es literal ni exacto, pero más o menos es lo que intentaba transmitir. Y eso me hizo un"clic" en alguna parte de mi cabeza.
Ramesh S. Balsekar nació el 25 de mayo de 1917 en Mumbai, India y murió el 27 de septiembre de 2009 también en Mumbai, India. Fue un banquero hindú que llegó a ser presidente del Banco de India hasta su jubilación, a los 60 años de edad. Desde la infancia había estado interesado por el vedanta advaita. En 1978 visitó a Sri Nisargadatta Maharaj (1897-1981), gurú hindú del linaje inchegeri navnath sampradaya, perteneciente a una tradición particular de vedanta advaita. Se hizo alumno suyo y tras su muerte tres años después, empezó a dar charlas y escribir libros, convirtiéndose en un polémico gurú no cualificado de neoadvaita, al reinterpretar las enseñanzas no duales de su maestro, afirmando erróneamente que Sri Nisargadatta Maharaj lo había elegido como heredero, cosa que nunca sucedió, pues tanto él como otros gurús del mismo linaje murieron sin dejar herederos cualificados de navnath sampradaya. Así que en realidad las enseñanzas de Balsekar fueron una creación de cosecha propia, reinterpretando las enseñanzas de otros referentes espirituales de vedanta advaita, taoísmo y no dualidad que le habían influido, como Wei Wu Wei, pseudónimo del productor de teatro y escritor británico Terence James Stannus Gray (1895-1986) o Ramana Maharshi (1879-1950). El núcleo esencial de su enseñanza es que todo se realiza mediante una especie de plan o voluntad divina, entendiendo a la divinidad no como una concepción monoteísta teológica, sino como consciencia impersonal que lo abarca todo (concepción derivada del hinduismo), donde todo está correcto como está y sucede como debe suceder, sin verdadera intervención volitiva por parte de los individuos, excepto como una ilusión que solo genera sufrimiento si nos aferramos a ella. Esa idea esencial se podría resumir, más o menos, así: "los acontecimientos ocurren pero nadie los hace ocurrir".
Durante los dos años siguientes me sumergí a fondo en todo el pensamiento no dual. Fue una vuelta a la espiritualidad y el orientalismo por la puerta grande. Probablemente, como pronto descubrí, la escuela más influyente y significativa del pensamiento no dual en sí haya sido el vedanta advaita. Aunque durante aquellos doce primeros años había leído en alguna que otra ocasión libros de autores significativos dentro de esa escuela filosófico-religiosa ortodoxa del hinduismo, no obstante habían sido otros autores más, añadidos al resto y sin nada destacable que aportar a mi juicio. Pero las reinterpretaciones neoadvaita de Balsekar supusieron el más significativo punto de inflexión vital, que me llevaría a concluir mis investigaciones y exploraciones sobre los límites de la realidad, partiendo de influencias ajenas. Balsekar cerró todas las fuentes externas y me puso en un camino inequívoco: crear mi propio proyecto de vida que reflejara una novedad singular.
Las ideas balsekarianas eran simples y directas, partiendo de un cuestionamiento esencial que, personalmente nunca había tenido, no al menos con esa intensidad centrada: la negación de lo volitivo.
La volición es definida por la Real Academia Española como "Acto de la voluntad". A su vez, la definición de voluntad es "Facultad de decidir y ordenar la propia conducta".
A lo largo de los casi 32 años de vida que llevaba a cuestas en ese momento, nunca jamás vi el más mínimo cuestionamiento de la presunta potencia volitiva en España ni tampoco en occidente por extensión. Era como si todos estuviéramos tan convencidos de que la vida se mueve gracias al hipotético poder de nuestra voluntad personal, que nadie se paraba ni un instante a indagar sobre ello, mucho menos a cuestionarlo. Y así nos va (y le va a todo el que piensa y actúa así). En cambio, en la India, China y oriente en general existen una serie de cuestionamientos sobre este aspecto que, si bien no alcanzan a la población en general, sí conforman una serie de escuelas, interpretaciones y filosofías de vida centradas en reinterpretar lo volitivo desde una negación radical. A destacar el vedanta advaita (filosofía no dualista) hindú y el daojia (taoísmo filosófico) chino. A pesar de que estas dos versiones son la esencia más importante del pensamiento no dual, también existe un significativo núcleo de no dualidad en el budismo, el misticismo cristiano o las corrientes esotéricas heterodoxas de las religiones abrahámicas, como la cábala en el judaísmo o el sufismo en el islam.
De repente me di cuenta gracias a Balsekar, cuya negación absoluta de lo volitivo le llevaba a usar la aceptación radical como única metodología, estrategia y camino de comprensión para cualquier aspecto de la vida, que todos mis problemas venían precisamente de tomármelo todo tan a pecho y no aceptar nada de lo que sucedía en mi vida. Pero yo no era consciente de ello, a pesar del trabajo interior de autoindagación realizado, porque vivía sumido en una constante inconscienciación automatizada, cuya naturaleza y esencia era la ausencia: estaba siempre ausente de mi vida y mucho más de mí mismo, sumido en los absorbentes procesos psicológicos que caracterizan nuestro cerebro a nivel operativo y la mente como la serie de patrones establecidos, cuya característica principal en cualquier sujeto es la hiperactividad del pensamiento.
Pero enseguida descubrí que esto no solo me afectaba a mí como individuo sino a todos mis congéneres como especie. Al observar a mi alrededor e indagar un poco, descubrí más pronto que tarde mis "privilegios" en comparación con el resto de seres humanos, pues estar embarcado en la exploración sobre los límites de la realidad me había otorgado una capacidad aleatoria y sin control ni dirección posible, para volverme consciente de repente y "parar el mundo", como diría el pícaro impostor de Castaneda. Eran tomas de conciencia temporales y siempre aleatorias, sin posibilidad de apropiación alguna, estabilización o perdurabilidad, que venían cuando querían y de la misma aleatoria e imprevista forma se iban, para volver a ser atrapado y absorbido por el ruido mental de fondo, que me devolvía a la ausencia, hasta la próxima vez, siempre imprevista, siempre inesperada, siempre al límite.
A medida que pasaban los años y seguía indagando, investigando y explorando, una conclusión fue perfilándose en el horizonte, en forma de insistente pregunta: ¿Y si los estados de conciencia individuales no pueden separarse del todo de los estados de conciencia colectivos? La respuesta afirmativa a esa pregunta predominó poco a poco por el tiempo hasta convertirse en una obvia evidencia para mí. Tanto si es una conclusión acertada como si está equivocada, su utilidad fue máxima, aprovechando para tomar ciertas decisiones desvinculadas de lo volitivo, aunque fue un aprendizaje arduo, lento y fallido en muchas ocasiones, en especial al principio, pero con una serie de continuas autocorrecciones surgidas de ciertas comprensiones espontáneas que venían de repente, exactamente cuando menos lo esperaba o pensaba que vendrían.
Al principio la llegada de Balsekar y sus ideas a mi vida no supuso mejorar en mi proceder sino todo lo contrario: empeoré bastante, hasta llegar al colapso psicológico. Esto suele ser lo habitual y parece tener una obvia explicación: si primero no colapsamos, tocando fondo, es muy difícil desprenderse de las condicionantes vivencias y sus creencias adheridas. Parece ser que solo al colapsar somos capaces de llegar al límite de la realidad y así darnos cuenta primero para desprendernos después. Es una forma de mistérica muerte a lo que fuimos y el renacimiento a lo que empezamos siendo desde cero en la nueva etapa de encuentros, conocimientos, experiencias y adquisiciones, hasta volver a la siguiente y urobórica muerte mistérica. Se trata de un proceso cíclico que nunca termina mientras estemos con vida y no hayamos alcanzado la liberación definitiva. Si logramos alcanzarla, probablemente termine. Si no, entonces mucho me temo que continuará indefinidamente.



