Jiddu Krishnamurti o el "antivirus" psíquico: "reformateo" del sistema operativo de creencias y desarrollo de la mayor teoría del descondicionamiento mental jamás expuesta
En algún momento ubicado a principios de 1996 pero que no recuerdo con exactitud cronológica, sucedió un encuentro crucial que, a partir de ese momento, lo cambiaría todo y orientaría por completo mi investigación sobre los límites de la realidad desde una perspectiva fundamental.
Sin ese encuentro crucial nada hubiera podido desarrollarse como lo hizo a partir de entonces, de ahí su importancia como punto esencial de inflexión.
Al principio solo fue un encuentro más de tantos, sin aparente relevancia, pues representaba a un autor referencial entre muchos otros, ubicado siempre en el apartado de espiritualidad de cualquier librería.
Lo curioso de todo esto es que, a pesar de la cantidad inabarcable de libros que se publicaron en la segunda mitad del siglo XX bajo su autoría, en realidad prácticamente no escribió nada de su puño y letra, excepto un par de dietarios y algunas reflexiones personales. La aplastante mayoría de sus libros están compuestos por charlas, conferencias y diálogos con interlocutores, que fueron grabados y luego transcritos.
El personaje referido se llamaba Jiddu Krishnamurti. A veces venía impreso así en la portada de sus libros, pero otras veces solo aparecía Krishnamurti, apellido que se convirtió en su nombre conocido. Pero... ¿De quién estamos hablando?
Jiddu Krishnamurti fue un prolífico conferenciante hindú del siglo XX, encuadrado dentro de la espiritualidad debido a sus condicionantes orígenes como prominente figura mesiánica adherida a un popular movimiento sectario de finales del siglo XIX conocido como Sociedad Teosófica, aunque luego rompió lazos con ella y decidió ir por libre, renunciando a sus funciones y posición espiritual, para convertirse en un referente inusual dentro de la espiritualidad como popular conferenciante inclasificable. Fue una de las figuras más respetadas y a la que se le atribuye mayor autoridad moral dentro del mundo espiritual, pues estuvo alejado del comportamiento arquetípico dentro de ese ámbito, evitando cualquier escándalo público, aunque también ha recibido duras críticas minoritarias por parte de amistades cercanas o de personas pertenecientes a su círculo familiar más íntimo. No obstante, la mayoría de las críticas recibidas a nivel ideológico no suelen estar bien fundamentadas ni son relevantes, pues adolecen de lo mismo: una falta de estudio y comprensión exacta de los planteamientos krishnamurtianos. Un claro ejemplo sería el libro (por lo demás muy certero) de Mauricio-José Schwarz Huerta LA IZQUIERDA FENG SHUI. Cuando la ciencia y la razón dejaron de ser progres (Ariel, Barcelona, 2017).
Krishnamurti nació el 11 de mayo de 1895 (aunque existen fuertes discrepancias en torno a esa fecha) en Madanapalle, Andhra Pradesh, India y falleció el 17 de febrero de 1986 en Ojai, California, Estados Unidos, debido a un cáncer de páncreas. Procedía de una familia de brahmanes hindúes (la casta sacerdotal, es decir, la más importante en la sociedad y creencias religiosas de la India) venida a menos. Su padre se llamaba Jiddu Narianiah y fue un funcionario menor que, a pesar de practicar un brahmanismo ortodoxo, decidió unirse a la Sociedad Teosófica en 1906. Este acto sería crucial tres años después, condicionando su vida y la de dos de sus hijos, especialmente Krishnamurti. Su madre se llamaba Jiddu Sanjeevamma. Krishnamurti estuvo muy unido a ella desde el nacimiento, aunque murió cuando apenas tenía 10 años de edad.
Hay un dato interesante para las personas interesadas en la temática espiritual en general y paranormal en particular: Sanjeevamma era "psíquica", lo cual significa que tenía una especie de sensibilidad especial hacia la visión y el contacto con presuntas personas fallecidas. Parece ser que Krishnamurti heredó esta "facultad" paranormal y metafísica, en el caso de que exista y sea real más allá de un mero fenómeno psíquico subjetivo interno sin realidad objetiva externa.
Narianiah y Sanjeevamma eran primos segundos, practicantes estrictos a nivel religioso del brahmanismo ortodoxo y vegetarianos. Tuvieron diez hijos en total, pero solo seis sobrevivieron a la infancia. Otros murieron en la juventud. Un dato curioso es que la madre decidió tener a Krishnamurti (y llamarle así) en la sala de la casa reservada a los oficios religiosos, por tanto estaba cometiendo una especie de "sacrilegio" según la ortodoxia brahmánica que profesaban ambos cónyuges. Insistió de tal manera para que el parto y alumbramiento de Krishnamurti fuera en ese recinto sagrado, que el marido no tuvo otra opción que complacerla. ¿Por qué sucedió esto así, cuando ambos eran devotos muy ortodoxos? Porque la madre dijo presentir que su hijo iba a cumplir una misión espiritual muy importante en vida. Curioso el dato. De hecho, Krishnamurti significa algo así como "encarnación de Krishna". Krishna es uno de los personajes mitológicos y divinidades principales del hinduismo. Esto nos indica la importancia que tuvo para la madre la elección del nombre que llevaría su hijo toda la vida.
Pero durante la infancia y el comienzo de la adolescencia nada hizo augurar el personaje y autoridad tanto moral como espiritual en que acabaría convirtiéndose Krishnamurti. Su falta de capacidad para atender y prestar atención, así como su continua distracción ensoñadora le llevaron a ser considerado discapacitado intelectual (retrasado mental en los términos de la época). También fue un niño frágil y enfermizo, arrastrando no pocos achaques de salud durante el resto de su vida, sin poder augurar nadie tampoco la avanzada edad a la que en realidad moriría.
En 1907 su padre se retiró como funcionario y debido a su estado de precariedad económica pidió trabajo en la Sociedad Teosófica a la que pertenecía desde el año anterior. La que acabaría siendo poco tiempo después presidenta y por tanto líder del movimiento sectario, pero que en esa época era la encargada de las filiales en la India, Annie Besant (1847-1933), le dio trabajo como secretario de la Sección Esotérica, aunque él se presentó en origen como perfecto vigilante de un amplio terreno que la Sociedad tenía en la sede hindú principal de Adyar, Chennai, Tamil Nadu, India. Este acontecimiento fue crucial, pues Krishnamurti, en plena adolescencia, junto con tres hermanos más y un primo, se trasladó a vivir allí con su padre. Era 23 de enero de 1909.
Apenas tres meses después un prominente aunque muy polémico miembro de la Sociedad, Charles Webster Leadbeater (1854-1934), mano derecha de Annie Besant, descubrió en la playa privada de la Sociedad, adyacente al río Adyar, al adolescente Krishnamurti, que estaba jugando, al parecer, con uno de sus hermanos. Se quedó asombrado, declarando poco después que ese adolescente hindú, sucio y desaliñado, portaba el "aura" más maravillosa y desprovista de egoísmo que había visto en su vida. Para entender este argumento es necesario entender primero una de las creencias más populares en el esoterocultismo: la presunta composición metafísica del ser humano (y los seres vivos por definición) desdoblada en varios "cuerpos", donde solo uno sería material y el resto inmateriales, variando en sutileza y características, pero también en la forma de clasificarlos y definirlos, según las tradiciones o los sistemas de creencia que hacen esta afirmación, aunque en el trasfondo hay una especie de consenso donde se afirma que estamos compuestos por varios tipos, más o menos sutiles, de "cuerpos invisibles", más allá del único cuerpo visible, el físico. Según la tradición seguida varían entre cuatro y siete aproximadamente. Y como una afirmación así no se puede medir ni pesar, la creencia asociada estrechamente con ella es que presuntamente también existen ciertos individuos "psíquicos" o con capacidades "extrasensoriales" para "ver", presentir o incluso sentir estos hipotéticos "cuerpos". Leadbeater era uno de esos individuos que afirmaba poder "ver" el "aura" que, siempre según estas creencias, vendría a ser algo así como una especie de halo sutil que recorre nuestro cuerpo y está compuesto por colores de diverso tipo. Nuevamente según las afirmaciones de estos supuestos "videntes" esos colores definen el estado tanto de salud como de calidad humana y espiritual que porta la persona. Sería algo así como la "huella" metafísica del estado en el que se encuentra nuestra "alma" o "espíritu". Por descontado estamos hablando de pura y dura subjetividad creyente.
Pero a partir de ese momento, Krishnamurti, junto con su hermano menor, fue apartado de la familia y protegido, así como educado por las élites de la Sociedad Teosófica, ya que Leadbeater, a través de Besant, se encargó de establecer una nueva creencia axiomática y doctrinal en el movimiento sectario, acorde a las creencias y dogmas de fe establecidos por la fundadora un cuarto de siglo atrás: afirmar que Krishnamurti no solo era un ser elevado a nivel espiritual, sino el "vehículo" para que encarnara al "instructor mundial" o "maestro del mundo". Esta creencia iba acorde con las religiones asiáticas pero también abrahámicas, pues en casi todas existe una figura parecida llamada de diversas formas. Es una de las más populares creencias mesiánicas. Y Krishnamurti fue educado desde la adolescencia para convertirse en una de ellas, de ahí que en 1911 se fundara una organización sectaria dentro de la Sociedad, para difundir el mensaje y las enseñanzas de Krishnamurti como encarnación del "instructor mundial" o "maestro del mundo".
Este usual fenómeno en la mayoría de movimientos sectarios religiosos o relacionados con la espiritualidad y el esoterocultismo, fue muy inusual en el caso de Krishnamurti, pues él no decidió nunca elegirse a sí mismo para ello, sino que fue elegido para interpretar ese rol mesiánico divino por otros (la aplastante mayoría se autoproclaman como tales a sí mismos), pero lo más inusual y a tener en cuenta como anomalía improbable, es que, llegado a la adultez, el mismo Krishnamurti decidió renunciar a ese rol, disolviendo la organización creada a propósito para él y devolviendo todos los fideicomisos a sus propietarios originales. Sucedió el 3 de agosto de 1929 en un campamento de verano anual que tenía lugar en Ommen, Overijssel, Países Bajos. Esta decisión inesperada supuso una conmoción en la Sociedad. La ya anciana y senil Annie Besant no llegó ni a entender bien el acontecimiento, acelerándose su deterioro cognitivo y falleciendo cuatro años después. El resto de líderes y miembros influyentes lo atribuyeron a "influencias malignas" y "demoníacas" a las que había sucumbido el joven Krishnamurti, desviándose del camino. Así pudieron reducir la disonancia cognitiva que les produjo la dimisión krishnamurtiana y continuar igual con su sistema de creencias, buscando un sustituto.
La conferencia que dio Krishnamurti a sus recién estrenados 34 años de edad, en ese acontecimiento sin parangón en el mundo de la espiritualidad y el sectarismo, fue un punto de inflexión que reconduciría su vida hacia la dedicación y el desempeño que tendría hasta el final de esa longeva vida, poco antes de cumplir 91 años de edad. Se tituló, tras publicarse en papel impreso poco tiempo después, 'La verdad es una tierra sin caminos' y no tiene desperdicio, porque nunca antes nadie se había atrevido, al menos a esos niveles, dentro de la perspectiva tanto religiosa, como espiritual y esoterocultista, a plantear las reflexiones, dudas y cuestionamientos sobre las creencias, las formas institucionalizadas de organizar el conocimiento, o el establecimiento de jerarquías y autoridades en cualquier sociedad, como lo hizo Krishnamurti a partir de la segunda mitad de 1929 y hasta poco antes de su muerte a principios de 1986. Después surgieron unos cuantos imitadores y modas (como los famosos "gurús" con actitud y discurso "antigurú"), pero ninguno se acercó lo más mínimo al nivel de profundidad, seriedad, lucidez ni cuestionamiento que Krishnamurti. Incluso hubo otro personaje hindú apellidado Krishnamurti que también habló y se comportó de forma muy parecida: Uppaluri Gopala Krishnamurti (1918-2007), más conocido como U. G. Krishnamurti, aunque no alcanzó ni la popularidad ni la autoridad moral de Jiddu Krishnamurti. Fue una especie de imitador a la sombra, aunque su discurso y radicalidad argumentativa no deja de ser interesante, a pesar de no aportar nada nuevo ni añadido a lo aportado por su influyente tocayo mayor en el que se inspiró por completo y al cual reinterpretó en sus propios términos.
Tropezar con el primer libro de Krishnamurti a principios de 1996 en la librería Llorens de Alcoy fue lo mejor que me pasó con diferencia. Recuerdo el momento del encuentro, a pesar de no ubicar correctamente la fecha concreta con exactitud, pues para mí supuso, desde el desconocimiento, solo otro autor más de tantos. Eso sí: al presentar un nombre tan clara e inequívocamente hindú, despertó mi interés al instante y por eso decidí comprar el libro. Se trataba de uno de los tres volúmenes de la obra COMENTARIOS SOBRE EL VIVIR que publicó la editorial argentina especializada en estas temáticas Kier.
Al instante me di cuenta, nada más empezar a leer el libro, que estaba ante un autor inusual y muy diferente a todo lo que había leído hasta el momento, aunque sus libros de conferencias y diálogos con interlocutores se vendieran en la misma sección que el resto de libros de espiritualidad. Nada absolutamente que ver. Fue una importante conmoción para mí, ya que, por primera vez, me hizo plantearme preguntas socráticas y cuestionar todo mi sistema de creencias, volviéndome consciente de cosas que jamás me había planteado (ni tampoco me hubiera probablemente planteado si no llega a aparecer Krishnamurti en mi camino) en la vida.
Aunque bien es cierto que Krishnamurti habló sobre cualquier tema de interés para un ser humano inquieto y con curiosidad, incluyendo prácticamente casi todo lo que incumbe a la religión y la espiritualidad, no es menos cierto que se enfocó particularmente y como nadie ha hecho hasta el momento, en una comprensión única y bastante compleja de los mecanismos psicológicos que determinan la experiencia vital humana y sus características más detalladas, incluyendo preguntas socráticas muy apropiadas sobre el cerebro, las neuronas y el sistema nervioso central, en concreto no solo explorando su verdadero funcionamiento sino la posibilidad de una mutación neurológica que provoque una verdadera revolución cognitiva transformadora.
Al ser un autor tan inusual, iconoclasta y disruptivo con las convenciones psicológicas a las que estamos acostumbrados, pensando siempre desde la comodidad cerrada de una posición ideológica basada en presuposiciones, especulaciones, prejuicios y conocimientos ya dados, a menudo me topaba con personas que, tras leer sus libros, cometían el mismo error: malinterpretaban sus reflexiones socráticas para distorsionarlas y que encajaran con su sistema de creencias, pues eran incapaces de entender a fondo lo que Krishnamurti estaba proponiendo, al no tener nadie un marco de referencia desde el que nos hayan enseñado a pensar partiendo de esa perspectiva descondicionada y libre de creencias. Por ese motivo, lo que aportaban las reflexiones socráticas de Krishnamurti era (y sigue siendo) tan importante: él intentaba llevarnos a una "terra ignota", un lugar desconocido a nivel mental en el que nunca hemos estado porque nunca nos enseñaron a observar la realidad de la manera más imparcial y objetiva posible, sin condicionamientos previos ni distorsiones cognitivas, sino que desde la infancia somos llevados por toda una serie de patrones y directrices que nos llenan de información y presuntos conocimientos ajenos transmitidos por otros individuos que previamente los adquirieron sin contrastar ni observar atentamente su posible veracidad o irrelevancia.
Nadie ha llegado, según mi parecer, a las profundidades y complejidades de la comprensión psicológica krishnamurtiana y por eso fue tan significativa su aparición en mi camino nada más empezar la investigación personal y autodidacta sobre los límites de la realidad, pues todos, absolutamente todos los autores que leí a lo largo del tiempo durante las tres décadas transcurridas hasta hoy, sin importar su orientación ideológica o posición particular, hablaban (y siguen hablando sin parar) desde una perspectiva totalmente posicionada y en nombre de un sistema de creencias particular por el cual toman partido, argumentando lo mismo en el trasfondo, sea religioso, sea filosófico, sea político, sea artístico, sea científico, no importa.
Fue precisamente gracias al trabajo de reeducación psicológica que me aportó Krishnamurti con sus cuestionamientos, dudas y reflexiones socráticas, exactamente cuando empezaba con mi investigación particular, era un joven veinteañero recién estrenado, con ganas de aprender, de indagar, de descubrir la novedad y todavía no estaba condicionado por un sistema de creencias cerrado y posicionado, que pude sumergirme en todos los recovecos de la experiencia humana, acercándome a cualquier planteamiento, afirmación, creencia, así como cosmovisión y antropovisión, pero sin quedar deslumbrado o absorbido por nada ni nadie, sino escogiendo lo que era relevante tras escrutar a fondo y desechando el resto como innecesario. Incluso me sucedió algo curioso, pues para poder extraer contenidos útiles de cualquier abordaje ideológico inventado por seres humanos, era necesario sumergirse a fondo en los vericuetos más recónditos de esos abordajes y por tanto, el peligro de quedar atrapado en un estado de ausencia e inconscienciación era elevado. Por ese motivo Krishnamurti siempre actuaba como una especie metafórica de "antivirus" mental o algo parecido, borrando en un instante cualquier argumentación con capacidad para atrapar la atención en una creencia automatizada que solo busca perpetuarse cual parásito psíquico.
