¿De qué iba Actitud Consciente? Un esbozo del Proyecto Ac.Co
La idea angular de Actitud Consciente como Proyecto Ac.Co fue una intuición visceral de esas que a veces nos vienen en la vida, desencadenada tras una conversación fortuita donde todo lo que decía salía de no sé dónde. He aquí una de las más características experiencias que he tenido a lo largo de los últimos treinta años de vida. Es como si yo tuviera una serie de ideas en mi cabeza, que conforman a su vez una serie de convicciones temporales convertidas en creencias. Hasta aquí nada nuevo, pues es lo mismo que le pasa a todo el mundo. Pero de repente, sin saber por qué, conozco a alguien, o me encuentro con alguien que ya conozco y entonces empiezo a observar cómo salen palabras de mi boca que ni reconozco como ideas mías, o en las que ni siquiera pienso cuando estoy solo o en otras circunstancias diferentes y en las que, por descontado, tampoco creo a nivel personal. Ese comportamiento espontáneo e intuitivo siempre me sorprende y deja perplejo, pero al estar acostumbrado, ya nunca me afecta lo más mínimo. Doy por entendido que debe ser así y cuando toca me dejo llevar por una reconversión momentánea en una especie de "canal" de transmisión de ideas que vienen, se manifiestan y se van. Es lo que tengo que decir en ese momento y lo digo, sin tener la más remota idea de los motivos ni sus consecuencias, tanto si son negativas como positivas y si a la otra persona le sirven para algo o no.
Y tras aquella conversación donde me puse a hablar de la importancia que tiene la actitud en nuestra vida (nunca antes ese aspecto de la conducta humana me había interesado ni despertado nada a nivel personal), surgió la inevitable pregunta derivada de una personalidad inquieta, buscadora y que su naturaleza psicológica se caracteriza por la constante indagación: ¿En realidad la actitud importa tanto y de ser así, hasta dónde lo hace e influye y a partir de qué punto no lo hace ni influye? Así fue como me embarqué en la creación de Actitud Consciente y el desarrollo del Proyecto Ac.Co durante varios años.
Aunque poco a poco me iría distanciando de todas las perspectivas y abordajes usados, al principio intenté enfocar el proyecto desde la psicología, durante el primer año (2010) y por eso consideré sus primeras fases como una especie particular de psicología no dual. Pero pronto me di cuenta de que ese enfoque no era el más adecuado, pues yo no había estudiado psicología ni era un verdadero experto en ella, aunque hubiera leído una amplia cantidad de libros sobre el tema, especialmente de las orientaciones pseudocientíficas, como la psicología transpersonal. Así que decidí darle otro enfoque distinto durante la transformación mercantilista para que pudiera venderse al público, dirigiendo el proyecto hacia lo más obvio a todos los niveles: la autoayuda. Ese cambio de perspectiva sucedió durante la segunda mitad de 2011 y estuvo en desarrollo hasta el 21 de septiembre de 2013. Como fue la única fase que pasó dos años desarrollándose, incluyendo las aportaciones de todos los colaboradores, gente que participaba de una manera u otra e incluso mi mujer, concluyendo en el primer y único libro que se publicó, será la que tomaré como referencia para este post.
La idea angular y axiomática en el transfondo, siendo los cimientos que fundamentaban todo el proyecto, era que la actitud, entendida etimológicamente como la "manera en que alguien está dispuesto a comportarse o actuar", adoptando una postura concreta del cuerpo humano, junto con una "disposición de ánimo manifestada de algún modo", determinaba el desarrollo de toda nuestra vida y lo que nos sucedía. Era una afirmación muy arriesgada, pero conveniente, pues ningún método de autoayuda se vende con medias tintas dubitativas, sino mediante afirmaciones contundentes pero demasiado arriesgadas. Así que me acogí al popular idealismo radical: la mente tiene un poder ilimitado y por tanto predomina, manifestando así toda la realidad. Tras acogernos a esta creencia subjetiva e infundada pero de gran potencia para vender lo que deseemos y también empoderar a los demás con una quimera ilusoria pero motivadora al máximo (por fin tenemos a nuestra disposición el hipotético poder de elegir, diseñar, crear y manifestar la propia realidad a medida, partiendo de todos nuestros sueños, creencias, deseos, necesidades y anhelos) desarrollamos la fase más productiva y compleja del Proyecto Ac.Co, adaptándola al modelo de pensamiento no dual, que se convirtió en pensamiento unitario.
El argumento al que me acogí consistía en afirmar que la calidad de vida empieza y termina en la mente, es decir, que no importan tanto las circunstancias en las que nos vemos envueltos a cada momento, sino la forma con la cual decidimos tomarnos esas circunstancias. Esto significa que nosotros tal vez no podamos controlar las circunstancias (lo cual encajaba a la perfección con la esencia balsekariana del pensamiento no dual) pero si podemos ajustar la manera en la que nos afectan. En aquel momento parecía todo perfecto y que encajaba, pero las cosas no suelen ser tan fáciles en la vida, especialmente cuando intentamos reducir una totalidad incontrolable a un cliché, una fórmula, una idea o un argumento, siempre impecable y precioso en la teoría, pero fallido en la práctica. Lleva pasando en la historia humana desde que existimos, sin importar si hablamos de religión, filosofía, política o ciencia. Por descontado que Actitud Consciente no iba a ser menos o la excepción a la regla.
Lo más contradictorio y fallido del proyecto fue venirme demasiado arriba concluyendo con apresuramiento que la realidad de cada cual era creación y responsabilidad personal suya. Tomé prestado del Nuevo Pensamiento y la autoayuda clásica esta popular pero bastante equívoca idea, pues es de un simplismo perfecto si queremos vender consignas o sacarle réditos, pero hace aguas por todos los sitios, al reducir en exceso la complejidad de factores que nos rodean, como el contexto social, económico y político, la familia, los condicionamientos, el sistema de creencias, nuestras limitaciones biológicas, neurológicas y psicológicas, o toda la serie de influencias desconocidas que se nos escapan al entendimiento. Pero la conclusión, aunque falaz, era perfecta para mis propósitos: usted puede cambiar su realidad ahora mismo cambiando únicamente la actitud. ¿Esto es así? Bueno, hasta hoy no tengo ni un motivo o ejemplo para responder afirmativamente, así que, en realidad no lo sé, pero lo dudo mucho.
Si quería usar la actitud como metodología angular para todo (pues de eso iba el proyecto) me percaté enseguida de algo inequívoco y también extremadamente contradictorio: solo funciona y da resultado la dualidad. ¿A qué me refiero con esto? Pues a que todo lo que argumentamos, proponemos, defendemos y creemos necesita una contra. Nada tendría sentido ni se sostendría sin esa contra. La contra genera el contraste y da definición. Así establecemos los propósitos y objetivos. Pero esto no es exclusiva del ser humano y su modus operandi, sino también del planeta, la naturaleza e incluso el universo, al menos el que vemos y constatamos. El día se define y explica gracias a la noche. La noche, por tanto, es la contra del día y viceversa. Luz y oscuridad. Arriba y abajo. Izquierda y derecha. Vida y muerte.
Pero en el ser humano adopta formas subjetivas mucho más particulares, con un trasfondo siempre presente e independiente de la forma conceptual que adopte: el bien y el mal. Cuando distinguimos el bien y lo diferenciamos del mal, a eso lo llamamos moral. Pero... ¿Dónde está estipulada, objetivamente hablando, esa diferencia entre el bien y el mal? ¿Qué es moral a escala planetaria o cósmica? En realidad son concepciones y como tales todos las adaptamos a nuestros intereses. Por eso cualquier discrepancia tiene argumentos y motivos de sobra, sin importar el trasfondo ideológico que la sustente. ¿No te parece sospechoso, tú, que lees esto, que los buenos siempre seamos nosotros y los malos siempre sean los otros? ¿Alguien se lo pregunta a sí mismo alguna vez?
Precisamente por creer que los buenos somos nosotros adoptamos los comportamientos que nos caracterizan y que solo emiten un mensaje a cada momento: la superioridad moral. Porque si yo siempre soy el bueno, por definición los otros son siempre los malos. He aquí el peligro de la moralidad. Por eso nos erigimos automáticamente en jueces de la realidad y todo lo que nos rodea. Y también por eso somos capaces de acusar, mentir, difamar, linchar, acosar, golpear e incluso matar. En una guerra, sea por motivos religiosos, políticos, económicos o todo junto... ¿Alguien piensa que su país o su bando son los malos? Precisamente porque todos piensan que ellos son los buenos y dios o la razón está con ellos, se producen y sostienen las guerras, los conflictos y cualquier tipo de agresión. ¿Qué es en realidad el bien, al escrutarlo con sinceridad, sino todo aquello que está acorde a lo que opinamos, pensamos y creemos? ¿Qué es, por tanto, el mal, sino todo aquello que rechazamos, repudiamos y odiamos?
Desde el comienzo de la veintena aprendí a pensar de manera no dual, gracias a una serie de reflexiones que me enseñó el orientalismo, pero que intensificó Krishnamurti, llevándolas mucho más allá. Y lo que más me dejaba estupefacto era que en Europa y Estados Unidos, es decir, la civilizada e ilustrada cultura occidental, nunca se hubieran planteado esas cuestiones, no al menos con la profundidad oriental, siendo esas culturas del Este bastante menos civilizadas y con realidades bastante menos avanzadas (como el vergonzante sistema de castas en la India).
Por eso, también en gran parte, nunca sentí ni la más mínima afinidad con las religiones abrahámicas del libro, sintiendo simultáneamente un rechazo visceral e intelectual ante el judaísmo, el cristianismo y el islamismo, debido a su vehemencia creyente totalizadora y evangelizadora de superioridad moral, actuando como si tuvieran la verdad absoluta sin ninguna duda, desde el principio, pues no podía creer en todo lo que decían y la evidente contradicción con lo que hacían, en especial a nivel histórico. Aunque nací en un país cristiano ultracatólico, desde siempre he intuido y sentido que su personaje central, Jesucristo, el cual fundamenta la religión con mayores fieles en el mundo, es una mentira mitológica inventada, al igual que cualquier mitología anterior lo es y todavía no salgo de mi asombro al ver que dos milenios después la mayoría del mundo donde el cristianismo se implantó a fuego y sangre, sigue creyendo en su existencia histórica real sin ninguna evidencia fehaciente y objetiva. Pero así son las cosas en el mundo humano hasta hoy. Y muy probablemente seguirán siendo así.
Para mí, desde el principio, estas tres religiones citadas se convirtieron, con evidencia obvia, en religiones falsas. Imponer una religión a la fuerza no es precisamente lo que va conmigo, sino todo lo contrario, por tanto, todas las religiones me provocan rechazo y aversión por naturaleza, pero las abrahámicas un poco más. No es que las otras fueran mejores, simplemente es que me aportaban algo digno de tener en cuenta y era la presencia de una consciencia no dual en el trasfondo, cosa que desde el principio me generó el mayor agradecimiento de toda mi vida, pues lo considero el mejor regalo recibido, pues si bien yo soy un severo juez vocacional, como todos, no obstante la enseñanza no dual me ayuda cada día a detener la locura mental desquiciada y darme cuenta de la verdadera realidad, cuestionando mi comportamiento y parando.
Entonces me vino como anillo al dedo la dualidad adecuada que necesitaba para mi proyecto: ¿Qué puede ser mejor y más adecuado, si quería encontrar mi némesis dual, en un proyecto que todo lo fundamentaba en la actitud? Mi respuesta fue la consciencia, porque me di cuenta de que la consciencia tiene ya su dualidad propia, al igual que la mente. Por una parte tenía la conciencia y por otra parte tenía la consciencia. Era un lío y un jaleo, pero a efectos prácticos me beneficiaba. Nadie parece haberse puesto de acuerdo en esa cuestión psicológica y espiritual, pero yo hice mi trabajo personal e interesado: le di mi propia definición a la consciencia y la distinguí de la conciencia.
En el Proyecto Ac.Co, la palabra conciencia hacía referencia al estado de vigilia mediante el cual entramos a esta realidad tras despertar cada mañana de dormir. Ahí reside nuestra estructura de personalidad, la concepción de yo y las creencias subjetivas que profesamos, incluyendo principalmente nuestra división moral dualista particular entre el bien y el mal. Debido a la naturaleza funcional de la conciencia, establecí cierta asociación encajada a la perfección con una idea psicoanalítica infundada y sin evidencia alguna, pero muy popular en psicología desde la primera mitad del siglo XX: el inconsciente freudiano. Pero mi interpretación del inconsciente iba dirigida a otro enfoque distinto: la conciencia es en realidad ausencia, porque estamos inconscientes de nuestros actos y modus operandi a cada momento, sumidos en nuestras razones, sesgos y creencias, sin capacidad para mantener un mínimo discernimiento que nos haga ver las evidencias de nuestro comportamiento erróneo y errático con objetividad imparcial e impersonal, aunque solo sea durante instantes de lucidez. Así fue como desarrollé mi contra, en forma de enemigo y némesis para el proyecto. No hay ninguna evidencia de que exista la conciencia ni de que sea ausencia, cuya naturaleza es la inconsciencia, tal y como yo lo planteé. Se trata de una simple interpretación subjetiva por mi parte.
En el Proyecto Ac.Co, la palabra consciencia hacía referencia a un estado del ser, que implicaba ser y estar aquí ahora, en plenitud de facultades, focalizando la atención voluntariamente sin distracciones y ejerciendo una observación imparcial, a través de una percepción directa del hecho, mediante el distanciamiento impersonal de toda nuestra estructura de personalidad, carácter y creencias. Se trataba de un acto que solo podíamos realizar en vigilia, por tanto, debía estar supeditado a la conciencia, lo cual me generó una serie de problemas técnicos irresolubles, que manejaba como se maneja cualquier hipótesis: intentando encajarla de la mejor manera posible, haciendo "malabarismos" intelectuales. Al final decidí que la consciencia no solo era un estado del ser, sino un ser en sí, un ente o entidad viviente, independiente del cuerpo y de la mente, es decir, algo así como un espíritu o alma. Por eso tuve que inventar, a su vez, toda una nueva concepción que difiriera un tanto de las concepciones religiosas y espirituales ya establecidas. En lugar de catalogar esa presunta entidad espiritual sin identidad personal como alma o espíritu, la catalogué como presencia, pues su verdadera naturaleza era estar presente de manera 100 % consciente. Y ahí todo encajó, aparentemente: si la conciencia era ausencia porque funcionaba en inconscienciación, la consciencia era presencia porque funcionaba en conscienciación. Pero seguimos en las mismas de antes: todo esto se trataba de especulaciones subjetivas infundadas.
La explicación que encajaba la conciencia y la consciencia a nivel psicológico se fundamentaba en dos modelos de pensamiento opuestos pero complementarios.
Como la conciencia era el estado básico en vigilia, que se activaba a nivel neurológico en cualquier ser humano tras el uso de la razón, entre finales de la infancia y comienzos de la adolescencia, estaba sustentado por un modelo de pensamiento dualista, cuya característica era la absorción en nuestra subjetividad y sistema de creencias, impidiéndonos ver la totalidad desde fuera, más allá de nosotros mismos. De esta manera explicaba cómo nos posee la creencia moral para posicionarnos a favor de lo que consideramos el bien, tomando partido personal y a la vez rechazamos todo lo que consideramos el mal, buscando aliarnos con la gente que piensa igual que nosotros y enfrentándonos a la gente que piensa diferente (la otredad). Se me ocurrió, tras hacer mis conjeturas especulativas, que este modelo de pensamiento no era inherente a la especie humana, sino que se había desarrollado en un momento histórico concreto que, tras indagar un poco, creí descubrir en un periodo de tiempo remontado entre unos 5.000 y 7.000 años atrás, es decir, en la transición que finalizaba la prehistoria y daba inicio a la historia. Esto implicó el desarrollo de una mente dualista que antes no teníamos, cuya consecuencia fue positiva en algunos aspectos, pero negativa en otros. Este modelo se implantó hasta automatizarse en la especie humana. Años después descubrí el trabajo del psicólogo británico Steve Taylor, que hablaba de algo muy parecido, aunque en otros términos.
Pero la absorción continua en la conciencia (caracterizada por actitudes inconscientes) nos impedía ver más allá de nuestros propios ojos, creencias y subjetividades. Por eso, necesitábamos acceder a la consciencia (caracterizada por actitudes conscientes) e ir más allá, desarrollando así el discernimiento. A efectos prácticos y explicativos, la consciencia era una especie de estado en letargo, que a veces podía "asomar" si vivíamos situaciones al límite que nos transformaban la mentalidad, pero normalmente no sucedía, pudiendo pasar un ser humano toda su vida atrapado mentalmente en la conciencia, sin salir de ahí. Para ello se requería el establecimiento de un nuevo modelo de pensamiento no dual o unitario a nivel neurológico. Y ahí es donde entraba el Proyecto Ac.Co, cuya finalidad era establecer este modelo y activarlo. Identifiqué los primeros modelos a nivel histórico 3.000 años atrás, en China y la India. Pero mi proyecto no quería solo establecer un modelo más, sino el modelo funcional y operativo en cualquier persona que se lo aplicara. Era una aspiración que me venía demasiado grande y como era de esperar se quedó en nada. Hasta el día de hoy no tengo noticias de que existan dos modelos de pensamiento más allá de una especulación; mucho menos de que el presunto modelo no dual o unitario ayudara a nadie en nada, ni le mejorara la vida a nadie, como se pretendía hacer, más allá de las interpretaciones subjetivas que cada cual le quiera dar.
Y aunque, bueno, todavía ideé más cosas, creo que no aportan nada significativo al esbozo esencial presentado aquí y sí, en todo caso, mayor confusión, pues cuantos más elementos se le añaden a una metodología, más complicaciones doctrinales e ideológicas surgen, siendo innecesarias en el caso de este esbozo sobre Actitud Consciente y el Proyecto Ac.Co olvidado y reintegrado en mi interior hace varios años, tras haber cumplido con su función.





































