Philip K. Dick o la ciencia ficción hecha religión y la religión hecha ciencia ficción: la vastedad de la inteligencia viva y una profunda "mirada a la oscuridad" (literatura, poesía, contracultura)

Entre finales de 1992 y mediados de 2009 tuve una dedicación vital plena y vocacional, pero no fue, precisamente, la dedicación a explorar los límites de la realidad, no.

Esa dedicación consistió en el escapismo, el ilusionismo y la prestidigitación. Sí, tuve que desarrollar una metodología más precisa que la de Harry Houdini y David Copperfield juntos, pero aplicada al mundo laboral.

Desde bien pronto vi la dinámica vital que le esperaba a un ser humano civilizado, por obligación e inercia zombificada, yendo durante toda la infancia al colegio para estudiar no sé qué, ni por qué, ni para qué, pues nadie se molestó en explicármelo. Simplemente se afirmaba que era lo que debía hacer porque sí y punto. Nunca se me pidió opinión. Era mi obligación y se acabó. Nada más que aportar, apuntar ni hablar. 

Y poco a poco mis padres me fueron preparando, a medida que avanzaba por la lenta y eterna adolescencia apática y sin sentido, para lo que se avecinaba. Me pusieron ante un callejón sin salida, a medida que se agotaba la Enseñanza General Básica y debía ir haciéndome a la idea. Solo una frase resonaba en todos los recovecos de la casa y mi cabeza: 'hijo, o estudias o trabajas'. No existía posibilidad alguna más allá. Más allá, en todo caso, "encontrás dragones", como solían escribir los antiguos cartógrafos ante territorios desconocidos o todavía inexplorados en la geografía planetaria. Así es la puta vida, como diría Jordi Wild.

Y enseguida lo tuve claro tras repetir dos cursos seguidos (quinto y sexto) y agotar la edad reglamentaria máxima, los 16: iba a dedicarme al noble oficio del escapismo, mediante la especialización en el ilusionismo y la prestidigitación. Mi especialidad como ilusionista empezó haciéndole creer a mis padres que quería aprender un oficio, pues lo que más odiaba en el mundo era el único trabajo remunerado a la vista en aquella época y sin estudios: operario en una fábrica textil. Pero luego y simultáneamente tuve que desarrollar habilidades prestidigitadoras sutiles para hacer creer que trabajaba, sin dar en realidad "un palo al agua". Fue un oficio agotador pero rentable durante los diecisiete años que pasé trabajando a intervalos más o menos regulares, por obligación, para vender mi tiempo de vida a cambio de dinero. No tenía muchas opciones, como nadie las tiene, ya que una vida humana, tal y como la hemos inventado, consiste en pasar la mayor parte del tiempo "ganándote" esa vida, es decir, transformando tu tiempo de vida en dinero. Y no es nada fácil conseguirlo, a pesar de las creencias en la presunta "ley de la atracción" y demás negocios similares. 

Siempre me ha sorprendido la ingente cantidad de esfuerzos que hacen los autores referenciales del Nuevo Pensamiento, la autoayuda y demás creencias por el estilo, para sonsacarle el dinero a todos sus fieles, adeptos y creyentes, como escribir libros, dar charlas, cursos y seminarios sin descanso, así como actividades comerciales muy agresivas, en plan Lain García Calvo, cuyos libros no paran de repetir hasta la saciedad que le "ayudes a ayudar a otros" compartiendo su mensaje, lo cual, a efectos prácticos, significa que no pares de comprar ejemplares de sus libros y regalárselos a todo el mundo, así como acudir a sus conferencias y cursos, previo pago de una nada desdeñable minuta.

De esta manera no me extraña que el mundo funcione como funciona y todo ser humano necesite evadirse de sí mismo y su realidad, aparte de funcionar todos como autómatas programados desde la infancia. Es muy improbable dedicar tiempo a la búsqueda espiritual o a explorar los límites de la realidad, pues nadie tiene tiempo, ya que debe hipotecarlo para sobrevivir en las sociedades posmodernas hipertecnologizadas. Y si algo caracteriza esas exploraciones es precisamente la necesidad de mucho tiempo invertido. De ahí que la mejor decisión sea procrear para que la "rueda" de la vida no pare y otros tengan la oportunidad de seguir haciéndola girar indefinidamente.

Perdí diecisiete años de mi vida intentando robarle algo de tiempo al péndulo "devoraalmas" del sistema económico monetario esclavizante a sus dinámicas remuneradas, por formar parte de la retroalimentación pendular inconscienciada, pero al menos conseguí obtener a duras penas los suficientes recovecos o zonas temporales libres, durante meses, entre un trabajo basura de mierda y otro. 

El escapismo no era un oficio muy bien remunerado que digamos y por no querer trabajar, quedé atrapado en una serie de dependencias, la principal de las cuales fue tener que vivir bajo el techo y la protección de mis padres hasta los 37 años de edad. 

Bueno, en realidad no recuerdo haber elegido esta vida conscientemente ni tampoco haber aceptado las reglas del juego tal y como están establecidas, así que, a priori y a simple vista, otros eligieron por mí, debido a su necesidad de tener hijos por el motivo que fuera (la maternidad era el sueño en particular de mi madre y su mayor aspiración en la vida, en cambio, mi padre era completamente indiferente a la paternidad y solo tuvo hijos por contentar a su mujer). Así que solo me queda desde el nacimiento apañármelas como pueda, al igual que tú y que cualquiera. Y eso mismo, como todo el mundo hace, he hecho desde entonces. Pero precisamente porque nadie me hizo partícipe de nada por motivos obvios y decidieron por mí de antemano, desde que tuve uso de la razón empecé a decidir por mi cuenta, asumiendo los riesgos y las consecuencias de todo ello. Porque las consecuencias, en forma de amenazas, chantajes emocionales y castigos sociales poco amables, no son cosa baladí: la ruina, la indigencia, la precariedad, la pobreza. Todavía resuenan las machacantes palabras de mi madre, repicando cual escandalosas campanas de catedral en mi cabeza: 'tú sigue así y verás cómo terminas y lo que te espera'. Hasta el momento, por suerte, sus bienintencionadas amenazas pertinentes no se han cumplido, aunque esto es un claro ejemplo de "espada de Damocles" pendiendo sobre mi cabeza (y la de cualquiera).

Pero al final, como era previsible, el escapismo agotó todos sus recursos y posibilidades. Llegó un momento en el que ya no encontré más "trabajo" en este "oficio" y no me quedó más remedio que trabajar de verdad. Solo fueron siete de los diecisiete años, pero supusieron la mayor eternidad insoportable de mi vida. Alcancé cuotas de insatisfacción tan grandes, que acabaron cronificando esa insatisfacción. Me volví un ser perpetuamente insatisfecho e infeliz y ese es el mayor caldo de cultivo para otro tipo de escapismo, el más esencial en la vida humana y que afecta a cualquier "hijo de vecino": el escapismo de mí mismo y mi insatisfactoria realidad.

Todo empezó en el verano de 2002. Durante los últimos dos meses del año anterior y los dos primeros de ese año, había trabajado como montador de cubiertas metálicas. Ese fue con diferencia el trabajo remunerado más duro y peligroso que he desempeñado en mi vida, siempre a la intemperie y a suficiente altitud como para jugarte la vida a cada momento. Tras cesar el contrato a los cuatro meses y echarme a la calle el dueño de la pequeña empresa Cuberclima, respiré, por fin tranquilo. Me tomé unos meses sabáticos para descansar y recuperar el tiempo perdido, pero al dar comienzo el verano las cosas se pusieron tensas en casa (como siempre sucedía) y empecé a buscar trabajo de nuevo. Entre otras cosas me apunté, creo que por primera vez en mi vida, a una empresa de trabajo temporal o ETT. Esa forma de negocio daba comienzo por aquella época (o al menos nunca antes la había visto) y se volvió bastante popular como salida rápida a la búsqueda de trabajo, a pesar de ser la fuente más importante de precariedad laboral, pues las agencias cobran, evidentemente, por ser intermediarias en la búsqueda de trabajo.

Y me llamaron para trabajar, como no podía ser de otra forma, haciendo una sustitución de verano como expendedor-vendedor en una estación de servicio (gasolinera). Así daría comienzo la etapa más larga de mi vida laboral remunerada y simultáneamente la última. Durante siete años en total me acogí a este trabajo porque era el mejor, más fácil, menos duro y nada arriesgado, de todos los que había tenido hasta el momento.

La primera sustitución de verano fue en la gasolinera Shell que estaba situada a las afueras de Alcoy en dirección Alicante. Al final la persona que debía volver tras esas vacaciones de verano no lo hizo y me quedé con su puesto durante un año. El dueño pasó a contratarme directamente tras la sustitución y estuve allí hasta mediados de 2003, cuando me echó. Evidentemente no hice ni lo más mínimo para mantener el puesto de trabajo sino todo lo contrario. Lo mejor de aquel primer trabajo como expendedor-vendedor fue la amistad que hice con un buen compañero llamado Gerard Casanova. Hablamos muchas veces de filosofía y orientalismo, ya que él estaba interesado por ambos temas, especialmente el último. La amistad nos llevó a quedar fuera del trabajo y compartir unas cuantas vivencias intensas, fumando porros y escuchando la música del emblemático grupo de folk metal español más conocido y popular: Mägo de Oz.

Entonces busqué trabajo en otra gasolinera franquiciada que tenía tres estaciones en las dos salidas de Alcoy (una en dirección Alicante y la otra en dirección Valencia). En aquella época pertenecían a la empresa Total, pero pronto pasaron a ser Galp. Me dieron trabajo durante dos sustituciones de verano: la de 2003 y la de 2004. En ambas ocasiones me tocó el turno nocturno. Fue una experiencia peculiar y muy diferente a todo lo experimentado hasta ese momento. Entre semana no solía venir mucha gente por la noche y la tienda, además, estaba cerrada. Por tanto pasaba todas las noches en caja, solo, sentado en una silla y con ocho horas de pleno silencio y quietud por delante, que dedicaba plenamente a la lectura. El libro más impactante que leí durante la primera sustitución fue Diario de un skin. Un topo en el movimiento neonazi español de Antonio Salas. Fue publicado al dar comienzo 2003. Nunca había leído nada igual hasta ese momento. Fue una experiencia tan absorbente e inmersiva que no podía parar de leer hasta terminarlo. Creo que me duró apenas dos noches.

Durante esa primera sustitución de verano le diagnosticaron a mi padre el cáncer pleural que terminaría con su vida un año y medio después. Por primera vez en mi vida viví esa experiencia tan característica de cualquier vida (la pérdida de un familiar muy cercano con el que has convivido desde el nacimiento) y un punto de inflexión: la incertidumbre del futuro, pues él había sido el sustento de la familia. Siempre igual, el condicionamiento ultralimitante del dinero para todo, al ser la "sangre vital" del sistema imperante y cualquier sociedad basada en el puro mercantilismo, donde casi todo se compra y se vende.

Al finalizar 2004 me sentí hastiado de Alcoy, donde llevaba toda mi existencia (29 años en ese momento) residiendo. Al dar comienzo septiembre me fui al piso de Alicante para "buscarme la vida", con el beneplácito de mis padres (aunque también con la suspicacia de mi madre). Ahora sí que estaba en la tesitura y el agobio de tener que sostenerme a mí mismo, pues... ¿Qué pasaría conmigo cuando mi padre muriera si no tenía sustento propio? Mi madre me avisó: ella no podría hacerse cargo más que de lo justo, es decir, intentar mantener las propiedades. Así que en Alicante ya no hice el tonto ni un segundo más y me puse a buscar trabajo en serio. 

Primero entré en un Deshoras, una tienda abierta las 24 horas, nuevamente en el turno nocturno. Fue una experiencia laboral corta pero muy intensa, pues estaba en el centro de Alicante y por la noche solo venía gente marginal: prostitutas callejeras, borrachos, drogadictos, indigentes, gente joven de botellón, etcétera. Pero a los dos meses encontré trabajo en una gasolinera Tamoil gracias al repartidor de Panrico, un argentino que resultó ser uno de los mejores seres humanos que he conocido en toda mi vida. No recuerdo su nombre, pero habló por mí en la gasolinera sin conocerme de nada (él había trabajado un tiempo allí antes de ser repartidor de Panrico) y así conseguí el trabajo. Pasé en esa gasolinera el mayor periodo de vida laboral: cuatro años y medio. Fue mi primer y último contrato indefinido. Entré el 1 de noviembre de 2004 y el dueño me despidió el 25 de mayo de 2009. Allí experimenté mi primera "noche oscura del alma". La vida se volvió muy insatisfactoria a todos los niveles: personal, laboral, familiar y sentimental. 

Siempre he sentido, desde que trabajé por primera vez por una remuneración económica, que todo trabajo remunerado, sea del tipo que sea (el hecho de intercambiar tiempo de vida por dinero) es una forma de prostitución.

Esa crucial etapa alicantina resultaría ser muy esencial para mi exploración de los límites de la realidad, pues entraría por primera vez y de pleno en el "lado oscuro" (también llamado "lado nocturno") de la espiritualidad, el esoterocultismo y la autoindagación.

Para entender todo lo que sucedió los primeros dos años y todo lo que viví en Alicante, es necesario remontarnos al verano de 2002 y la primera sustitución de verano en la gasolinera Shell de Alcoy. Antes de llegar incluso ahí, entre 2000 y 2001, había empezado a leer libros contraculturales. Gustavo descubrió a Jack Kerouac (1922-1969), el emblemático representante literario de la generación beat. Lo compartió conmigo y ese acto abrió un interés por toda la literatura contracultural. Recuerdo la lectura del alucinante libro Miedo y asco en Las Vegas del mítico periodista y escritor estadounidense Hunter S. Thompson (1937-2005), fundador del llamado periodismo "gonzo", donde, a ritmo sincopado, se diluyen los límites entre realidad y ficción. Fue mientras caminaba por el extrarradio de Alcoy, camino de las montañas y fumando hachís. No creo que se pueda disfrutar y exprimir mejor ese libro en otro estado de conciencia. Pero el punto de inflexión fue el escritor y poeta estadounidense Charles Bukowski (1920-1994). 

Descubrí a Bukowski accidentalmente en la librería Llorens de Alcoy, el 23 de abril de 2002. Recordaré esa fecha toda mi vida porque Bukowski marcaría el mayor punto de inflexión durante los años alicantinos y sería como una especie de salvavidas. Gracias a su pluma y oficio literario, tanto lírico como en prosa, encontré mi primera vocación, aunque fue efímera: convertirme en escritor. Estábamos en la plenitud de las fiestas de moros y cristianos. Ese día, no obstante, supongo que por lo emblemático de la fecha (es el día del libro) Llorens abrió sus puertas. Al mirar un estante giratorio circular portátil con los libros de la colección Compactos de la editorial Anagrama, vi un grueso volumen con las tapas de color naranja llamativo, que se titulaba Peleando a la contra. Aunque desconocía al autor, Charles Bukowski, no obstante me llamó la atención el título del libro, que hacía referencia y al mismo tiempo era un guiño al mundo pugilístico. Eso despertó mi interés de inmediato, aunque no era la biografía de ningún boxeador, sino la antología de un escritor y poeta estadounidense que tuvo una importante representación literaria en la contracultura, a pesar de ir por libre y ser ajeno a cualquiera movimiento contracultural de masas (no fue beatnik, mucho menos hippy). 

Enseguida lo compartí con Gustavo y Bukowski se convirtió en uno de nuestros mayores referentes e influencia literaria principal, hasta que el 29 de enero de 2006 decidí empezar a escribir en un estilo literario nuevo e inventado por mí, al cual llamé "relato poético". Se trataba de escribir relatando historias ficticias o basadas en hechos reales, usando la disruptiva lírica bukowskiana que no sigue los cánones literarios de la poesía. Gustavo y yo ejercimos y desarrollamos por nuestra cuenta ese presunto "estilo". Escribíamos en formato Word, usando nuestros respectivos ordenadores portátiles y luego quedábamos en el piso de mis padres en Alicante, donde yo vivía. Lo cerrábamos todo, bajando las persianas hasta quedar a oscuras. Preparábamos unos porros de hachís, fumábamos a pleno pulmón reteniendo el humo y daba comienzo el recital, leyéndonos los relatos poéticos escritos desde la última vez que habíamos quedado, de manera intercalada. El ritual era como sigue: el receptor del relato recitado fumaba una calada larga y retenía el humo. Entonces se tumbaba en el sofá para recibir la recitación. El lector (y escritor) del relato también fumaba pero con menor intensidad, para poder preservar la mínima lucidez y coherencia lectora, leyendo en voz alta su relato correspondiente.

Durante 2002 me distancié un poco de la espiritualidad y el orientalismo por primera vez, pero no fue un distanciamiento excesivo. Seguía recurriendo continuamente a Krishnamurti, pero decidí explorar la filosofía occidental. Poco a poco descubrí el movimiento postestructuralista francés, pionero fundador a nivel ideológico del posmodernismo en las décadas de 1960 y 1970. Estudié a fondo el pensamiento de referentes emblemáticos como Gilles Deleuze (1925-1995), Michel Foucault (1926-1984) y Jacques Derrida (1930-2004). Destacó con diferencia el estudio exhaustivo de la deconstrucción derrideana. Dos años después y no mucho antes de partir hacia Alicante, hice una síntesis comparativa entre el pensamiento derrideano y krishnamurtiano. 

Pero no solo se despertó mi interés por la contracultura o la filosofía occidental sino también por la política. El artífice fue Gerard Casanova y nuestras conversaciones. Él simpatizaba con las posturas izquierdistas de vanguardia, especialmente de los movimientos anticapitalistas, centrándose en la moda del momento: el movimiento antiglobalización o altermundista. Leí a sus referentes críticos (Verdú, Estefanía, Ramonet o Chomsky) y empecé a simpatizar también con sus posturas durante unos años. Luego, corrido el tiempo, me desvinculé por completo de esas ideas tras mi participación, una década después, en el 15-M o Movimiento Indignados. El progresismo izquierdista era lo más contradictorio, hipócrita e ideológicamente esquizoide que he visto en mi vida, especialmente en lo que concierne a sus enfoques anticapitalistas más radicales. Por descontado que el conservadurismo derechista no es mejor ni de lejos, sino muy parecido. Jamás Krishnamurti resonó tanto en mi interior como durante la década que me interesó a fondo la política, quedándome en la posición anarcoide del Lao zi taoísta: el mejor gobernante es el que menos gobierna. Pero el anarquismo en sí como filosofía política era más de lo mismo: o una defensa del anticapitalismo más izquierdista (anarcosindicalismo, anarcocomunismo, anarcocolectivismo, mutualismo) o una defensa del capitalismo más derechista (anarcoindividualismo, anarcocapitalismo, minarquismo, objetivismo).

Cuando llegué a Alicante estaba bastante distanciado de la espiritualidad y el orientalismo, exceptuando a Krishnamurti, como ya dije más arriba. Allí empecé una nueva vida que muy pronto se volvió sumamente insatisfactoria. Mi padre murió el 20 de febrero de 2005. Desde enero de 2003 tenía, a nivel sentimental, una relación de pareja a distancia con una chica joven de Vitoria llamada Jessica, a la cual conocí una noche de borrachera yo solo, en la discoteca Penélope de Alcoy. Nos veíamos una vez al mes y era básicamente para follar. La relación no iba a ningún sitio y ella decidió cortar en el verano de 2005. Sentí una gran liberación y un gran respiro. Yo había dejado la relación un año antes, pero al final nos reencontramos y volvimos a intentarlo. Nunca sentí nada más que una simple atracción sexual por ella, dejándome llevar por la situación, sin saber muy bien lo que estaba viviendo, pues fue mi primer noviazgo pero no amor. Estaba muy confundido y no era capaz de discernir lo que sentía, pero la relación era insatisfactoria porque no encontraba puntos en común a nivel intelectual con ella. 

Empecé a fumar porros de hachís y luego marihuana a diario, buscando evadirme de mi realidad monótona, a través del cine, la música y la lectura. Gastaba todo mi dinero en libros, cedés y deuvedés, junto con las dosis de hachís y marihuana que me duraban un suspiro. Trabajaba en un turno partido, cinco horas por la mañana y tres por la tarde. También los sábados y festivos, aunque en un turno completo. Únicamente libraba los domingos, que se pasaban volando. El tiempo de trabajo, en cambio, se hacía eterno y las horas nunca pasaban, dilatándose en una sensación de eternidad asfixiante. Nunca jamás me he sentido tan encarcelado como en esa etapa alicantina.

En febrero de 2006 conocí, una noche de borrachera y fiesta con Charly y Gustavo en Alicante, a una chica joven, en la zona del puerto. Se llamaba Leticia e iniciamos otra fallida relación de pareja. A pesar de ser muy buena chica (al igual que Jessica), nunca estuve enamorado de ella y, también como había sucedido antes, me dejé llevar por la circunstancia, hasta que fue insostenible y rompí la relación definitivamente hacia finales de 2008. Con Leticia experimenté la primera convivencia en pareja, tras irnos juntos unos meses al piso que se compró de segunda mano en San Vicente. Ahí fue donde toqué fondo por completo y tuve la mala experiencia con la psiquiatría, cuestionándose por primera (y última) vez mi cordura o salud mental.

Pero lo verdaderamente importante en la etapa alicantina a efectos de este post, llegó en algún momento difuso de 2005 que no consigo determinar ni identificar con exactitud. Sé que fue durante el desarrollo de ese año, pero no cuándo en concreto. Me compré unos cómics del historietista, ilustrador y músico estadounidense Robert Crumb, fundador y principal representante del llamado cómic underground o comix. En uno de ellos (no eran muy extensos) venía una breve historieta que me cambió la vida, influyéndome a fondo durante varios años a partir de entonces y descubriéndome así la literatura de ciencia ficción. Se titulaba La experiencia religiosa de Philip K. Dick. Hasta ese momento desconocía por completo quién era (o había sido, mejor dicho) Philip K. Dick. Al principio de la breve historieta, Crumb explicaba que fue un escritor de ciencia ficción fallecido en 1982.

Aquella peculiar historieta caló hondo en mi interior desde el primer momento, sin saber muy bien por qué. Simplemente me fascinó, me absorbió y me atrapó. La leí un sábado por la mañana mientras trabajaba en la gasolinera. Fue uno de los turnos completos más largos de mi vida, pues solo deseaba que se terminara para ir a la Fnac Bulevar y mirar en la sección de ciencia ficción si había algo publicado en castellano de este autor. Y cuando, por fin, terminó el interminable turno laboral, que podría haber durado ocho horas, ocho años, ocho décadas u ocho siglos a nivel subjetivo, me fui corriendo a la tienda Fnac Bulevar de Alicante, sita en la Avenida de la Estación. Es decir, bastante lejos del piso de mis padres, sito en el barrio de La Florida. Por suerte, cuando llegué descubrí, para mi grata sorpresa, que Ediciones Minotauro (todavía una editorial independiente, tres años antes de convertirse en uno de los mejores sellos editoriales del Grupo Planeta) había iniciado una colección específica sobre PKD, reeditando la mayor parte de sus novelas y los cuentos completos en varios tomos (cinco, si mal no recuerdo).

A partir de entonces se convertiría no solo en mi escritor de ciencia ficción favorito (el único) sino en un pilar fundamental de mi investigación sobre los límites de la realidad.

Philip Kindred Dick, más conocido como Philip K. Dick y también PKD, nació el 16 de diciembre de 1928 en Chicago, Illinois, Estados Unidos y falleció el 2 de marzo de 1982 en Santa Ana, California, Estados Unidos, debido a un accidente cerebrovascular. Entre sus allegados y amistades era conocido como Phil. Fue uno de los más influyentes escritores de ciencia ficción de la segunda mitad del siglo XX, representante decimonónico de la Nueva Ola. Su influencia en la literatura de género es indiscutible, además de ser uno de los mejores escritores. Principalmente escribió novelas (36 en total) y relatos cortos o cuentos (121 en total). Es uno de los autores de ciencia ficción más prolíficos, contando que empezó a publicar relatos cortos en julio de 1952 y murió en marzo de 1982, es decir, con apenas tres décadas de carrera literaria profesional a sus espaldas. Fue tan prolífico por una sencilla razón: intentar ganarse el sustento, pues la ciencia ficción no era muy valorada en aquella época y las editoriales de poca monta para las que publicó no le pagaban casi nada. Pasó gran parte de su corta pero sincopada, turbulenta y delirante vida en la pobreza, excepto en los últimos años de vida, aunque no le dio tiempo a disfrutar su paulatino éxito, debido a los derechos de autor que empezó a recibir de las traducciones al francés, ya que en los países francófonos, especialmente Francia, tuvo un éxito arrollador que lo volvió muy popular. A pesar de que en vida no pudo llegar a ver el estreno de la primera adaptación cinematográfica de una emblemática novela suya (sí que vio un pase previo y privado de escenas sin montar de la película 'Blade Runner', que preparó el director Ridley Scott a propósito para él), tras su muerte empezaron a producirse sin parar adaptaciones hollywoodienses de sus novelas y relatos cortos en especial. 

Para hacerte una idea de su envergadura, las siguientes películas están basadas en novelas o cuentos escritos por Philip K. Dick: 'Blade Runner' (Ridley Scott, 1982); 'Total Recall' (Paul Verhoeven, 1990); 'Screamers' (Christian Duguay, 1995); 'Impostor' (Gary Fleder, 2001); 'Minority Report' (Steven Spielberg, 2002); 'Paycheck' (John Woo, 2003); 'A Scanner Darkly' (Richard Linklater, 2006); 'Next' (Lee Tamahori, 2007); 'The Adjustment Bureau' (George Nolfi, 2011); 'Total Recall' (Len Wiseman, 2012); 'Radio Free Albemuth' (John Alan Simon, 2014); 'Blade Runner 2049' (Denis Villeneuve, 2017). Todavía hay más, aunque son de menor envergadura. Pero también hay series televisivas: 'Minority Report' (Max Borenstein, 2015); 'The Man in the High Castle' (Frank Spotnitz, 2015) y 'Philip K. Dick's Electric Dreams' (serie antológica de 2017). Pero sus obras también han influenciado a otros muchos cineastas, destacando Alejandro Amenábar, Peter Weir, Alex Proyas, David Cronenberg, Josef Rusnak, Christopher Nolan o las icónicas hermanas Lana y Lilly Wachowski.

La clave principal que diferencia la literatura dickiana del resto de la ciencia ficción y acaba convirtiéndose en su seña de identidad, así como influencia principal en otros escritores y cineastas, es su cuestionamiento constante, obsesivo y hasta delirante sobre la realidad: ¿Qué es real y qué no lo es y cómo podemos llegar a distinguirlo y saberlo a ciencia cierta? A partir de esa duda inicial, muy lícita y humana, PKD se dedicó a explorar todas las posibilidades, al principio solo como ejercicio literario. Pero llegado un momento concreto, al final de su vida, estas cuestiones y otras de interés para él, a nivel filosófico, psicológico, sociológico, religioso y metafísico, desde la juventud temprana, le absorbieron hasta el punto de llegar a ser indistinguible su vida real de su trabajo como escritor de ciencia ficción. 

Lo que le sucedió a PKD es algo muy inusual, fascinante y demasiado particular: las preocupaciones por su inestabilidad emocional y salud mental, junto con sus profundos intereses personales, tanto en filosofía como en religión, le llevaron a unos estados de existencia sincopada y al límite, hasta el extremo de que sus novelas y cuentos de ficción llegaron a convertirse en más reales que la propia realidad. Sí, durante los últimos ocho años de vida, una experiencia mística y reveladora que tuvo le absorbió su vida, su pluma e incluso el trabajo como escritor, sin ser capaz de separar lo personal de lo profesional, hasta convertirse él mismo en un personaje de ficción basada en hechos reales, que tuvo varias escenificaciones ligeramente distintas en sus últimas novelas, destacando 'Valis', publicada en 1981, apenas un año antes de su prematura, acelerada, drogada, mística y delirante muerte.

¿Qué le pasó a PKD durante esos últimos ocho años de vida? Ahí es donde reside la pregunta clave de todo. La respuesta a esa pregunta es exactamente lo que diferencia a PKD del resto de escritores y autores de ciencia ficción, haciéndolo único, inusual e irrepetible, pues nadie más, al menos hasta donde sé y conozco, ha vivido nada parecido. Y gracias también a ello PKD escribió de una manera tan apasionada y absorbente como nadie hizo ni ha hecho desde entonces, pues la "experiencia religiosa" a la que hacía referencia Crumb en su historieta de cómic, vino como la culminación de una plena dedicación comprometida a explorar los límites de la realidad.

Aunque la vida personal de PKD transcurrió de manera muy turbulenta, reflejándose muchas de sus obsesiones recurrentes en la literatura que escribió (los problemas mentales, el consumo de drogas, las dudas sobre la realidad, la simulación, los simulacros, la empatía como característica humana distinguible, los estados políticos autoritarios o las múltiples realidades dimensionales), no fue hasta el 20 de febrero de 1974 (apenas ocho años antes de su prematuro fallecimiento debido a un problema de salud hipertensivo grave que sufría, en gran parte derivado del uso y abuso de anfetaminas para escribir, así como un estilo alterado, sincopado e insaludable de vida) cuando se desencadenó aquella última etapa que convirtió su vida en una novela dickiana de ciencia ficción, donde se unieron todos sus intereses y obsesiones en el último y más significativo trabajo literario, con el cual estuvo desde 1974 hasta el momento de su muerte en 1982, dejándolo inacabado. Se trata de una serie caótica y grafómana de escritos sueltos, que incluyen correspondencia epistolar, reflexiones, ensayos y revisiones exegéticas de sus propias novelas, plasmados en folios y que ocuparon unas 8.000 páginas en total, es decir, el equivalente aproximado en extensión a todas sus novelas. 

PKD llamó a este último y definitivo trabajo "La Exégesis" y nunca jamás tuvo la más mínima idea ni intención de publicarla. Básicamente solo compartía su valorada "Exégesis" dickiana con sus amistades íntimas, básicamente una serie de jóvenes escritores estadounidenses de ciencia ficción en ciernes, que eran admiradores incondicionales y lo tomaron como su maestro y referente, convirtiéndose por los años en escritores consolidados, premiados y muy valorados dentro de la ciencia ficción, destacando a K. W. Jeter, James Blaylock y especialmente Tim Powers. Pero no cabe ninguna duda de la valoración que PKD tenía sobre "La Exégesis" por encima del resto de su obra, por tanto, podríamos decir sin temor a equivocarnos, que las 36 novelas y los 121 cuentos son para "profanos" y "La Exégesis" es solo para "iniciados" dickianos.

Aunque en principio no tuviera idea de publicarla y solo hablara abiertamente de ella con su círculo íntimo de confianza, no obstante PKD la mencionó (incluso introdujo algunas ideas al final) en la novela más importante que escribió tras su "experiencia religiosa" o mística, un año antes de su muerte: 'Valis'. Aunque de manera levemente novelada, en realidad estamos ante la autobiografía concisa de lo que en verdad le sucedió, por esa razón, en 2005 la reedición más actual en aquel momento de Ediciones Minotauro se convirtió en mi libro fetiche de referencia. Cuando salí del turno en la gasolinera y me fui directo a la Fnac, comprobando en la sección de ciencia ficción que, efectivamente, existían libros de Philip K. Dick traducidos al castellano y publicados (lo que no averigüé hasta un tiempo después es que ya se habían publicado en España muchas de sus obras un cuarto de siglo atrás), enseguida busqué en cada libro las fechas originales de publicación en inglés, pues me interesaba que rebasaran 1974 para ver si contaba algo relacionado con su "experiencia religiosa" o mística. Lo que nunca imaginé es que disfrazado de novela de ciencia ficción encontrara un libro dedicado íntegramente durante 300 páginas (tal vez una de sus novelas más largas, pues la mayoría tenían entre 200 y 250 páginas por norma general) a narrar la experiencia completa y sus repercusiones, apenas un año antes de su muerte. Y allí leí por primera vez algo sobre la existencia de "La Exégesis". Por descontado que, a partir de ese momento, habría dado mi vida por leer esa "Exégesis" dickiana (o al menos un extracto). Pero eso no era posible, ya que se trataba de algo muy personal, escrito para sí mismo y de manera muy caótica e imposible de publicar. De todas formas jamás perdí la esperanza, aunque pasaron los años y nunca aparecía una edición en las librerías.

¿Qué pasó con "La Exégesis" de Philip K. Dick tras su prematura e inesperada muerte? Su albacea literario, el crítico musical y escritor estadounidense Paul Williams (1948-2013) la archivó en un garaje, intentando ordenar las 8.000 páginas por carpetas. Al principio, las dos hijas mayores y el hijo menor de PKD no quisieron saber nada de "La Exégesis", pues querían centrarse en promocionar y dar a conocer su obra literaria como escritor de ciencia ficción y "La Exégesis" era algo demasiado personal y que podía dejar a su padre fallecido en mal lugar (básicamente tenían miedo de que fuera percibido como un perturbado y que eso pudiera dañar la merecida reputación que estaba adquiriendo como escritor). Pero durante años la editora Pamela Jackson se puso a trabajar con "La Exégesis", junto al escritor estadounidense Jonathan Lethem, muy influenciado por la literatura dickiana. Un numeroso equipo de colaboradores se puso a transcribir "La Exégesis" (ya que estaba escrita a mano en folios) y tras un arduo trabajo de edición, se publicó por primera vez en inglés una versión esencial de "La Exégesis" compuesta por 1.000 páginas, en noviembre de 2011. La traducción al castellano y primera edición en España no llegó hasta doce años después, en noviembre de 2023. La publicó Ediciones Minotauro, en este caso como sello editorial del Grupo Planeta.

A pesar de tener un elevado precio (75 euros) no me importó lo más mínimo. Hubiera pagado lo que me pidieran por poder leer un extracto traducido de la octava parte de "La Exégesis"; más todavía siendo el extracto de lo esencial, tras un comprometido y delicado trabajo de exégesis sobre la propia "Exégesis" dickiana.

Originalmente salió a la venta el 29 de noviembre de 2023. Yo encontré mi lujoso ejemplar de coleccionista, encuadernado en tapas duras, con sobrecubierta y estuche, apenas tres o cuatro días después, en la misma tienda Fnac Bulevar de Alicante donde 18 años atrás había buscado a propósito y leído todos los libros de PKD que cayeron en mis manos, destacando precisamente 'Valis', el que puso por primera vez el conocimiento de la existencia de la deseada "Exégesis" en mi cabeza.

¿Qué pasó, entonces, el 20 de febrero de 1974 en la vida de Philip K. Dick? Pues que estaba en su casa recuperándose de los efectos secundarios de un barbitúrico en desuso (pentotal sódico) debido a la lenta y "resacosa" recuperación que lo caracteriza, tras una intervención quirúrgica odontológica para extraerle una muela del juicio rota, cuando llamaron a la puerta. Era una mujer que le llevaba un pedido de analgésicos de la farmacia, fijándose PKD en el colgante que tenía en el cuello, consistente en un antiguo símbolo cristiano en forma de pez, muy popular en Estados Unidos, llamado ichthys, pero que PKD llamó vesica piscis. De repente sintió tal atracción hacia el colgante, que decidió preguntarle a la mujer por él y su significado. Esta le explicó el significado original a nivel histórico (lo llevaban los primeros cristianos de la Era Común, siendo su seña de identidad como fieles de la nueva religión abrahámica). Cuando se quedó solo tras este encuentro, no podía parar de pensar en el colgante y así fue como se desencadenó su "experiencia religiosa" o mística. A lo largo de varias semanas (de ahí que el pentotal sódico podría haber catalizado la experiencia, pero no fue su causa) empezó a experimentar una serie de visiones. Al principio estaban relacionadas con la antigua Roma y aquellos primeros cristianos.

PKD relacionó una experiencia onírica de su adolescencia con estas primeras visiones. A los 13 años soñó, de manera recurrente y durante varias semanas, que se encontraba en una librería buscando un número de la revista pulp 'Astounding magazine' donde venía un cuento titulado 'El Imperio nunca cayó'. Este cuento le revelaría, supuestamente, todos los secretos del universo y la verdadera realidad. Pero aunque en cada sueño la pila de revistas iba disminuyendo, el adolescente PKD nunca la encontró.

Así que al principio de su "experiencia religiosa" o mística conjeturó que el colgante ichthys de la mujer le había "revelado" la verdadera realidad, tomando conciencia de ella: la California estadounidense de finales del siglo XX donde aparentemente vivía, era una falsa simulación. En realidad vivían en la antigua Roma y él formaba parte de una comunidad clandestina de cristianos perseguidos. Poco a poco tuvo visiones de uno de esos cristianos, al que llamaba Tomás, superponiéndose a él y su realidad, llegando a no saber conducir un coche ni entender muy bien la realidad circundante. Así relacionó subjetivamente el sueño recurrente de la adolescencia con su "revelación" desencadenada por el ichthys de la mujer (que en su delirante interpretación identificaría a una de las cristianas clandestinas perseguidas). Le dio un sentido y significado al título del presunto cuento buscado: el Imperio romano nunca cayó, por tanto vivían oprimidos, como cristianos primitivos, por aquel Imperio. 

Estas extravagantes, excéntricas y peculiares visiones se extendieron durante la última semana de febrero y todo el mes de marzo de 1974. PKD catalogó el acontecimiento como "dos-tres-setenta y cuatro" (2-3-74) a partir de entonces, para hacer referencia a las visiones místicas iniciales que marcaron el resto de su corta vida (ocho años). También explicó en algunas entrevistas que desde un primer momento sintió una especie de "rayo láser rosado" incidiendo sobre su cabeza, provocándole las visiones de patrones geométricos por una parte, que desembocaron simultáneamente en las visiones de la antigua Roma y la clandestina comunidad de cristianos primitivos perseguidos por otra parte. Sintió, según sus palabras, una invasión de su pequeña mente humana por parte de una gran mente trascendental, racional y superior, con la sensación de haber estado loco toda su vida y que de repente se hubiera vuelto cuerdo. Pasó el resto del tiempo que le quedaba de vida intentando encontrar una explicación para su "experiencia religiosa" o mística, estableciendo una amplia variedad de hipótesis, que iban desde lo teológico hasta lo ufológico, pasando por lo político y tecnológico, donde no descartaba nada pero tampoco llegaba a conclusiones apresuradas. Finalmente decidió catalogar a lo que él percibía como la fuente de la experiencia con un nombre propio: VALIS o Vast Active Living Intelligence System. La adaptación traducida al castellano fue SIVAINVI o SIstema de VAsta INteligencia VIva. Casi desde el principio empezó a registrar sus novedosas vivencias en los 8.000 folios que se irían acumulando poco a poco para convertirse en "La Exégesis" de crecimiento exponencial.

Por descontado que las explicaciones dadas por la mayoría de estudiosos y expertos sobre el caso de PKD se centran en una breve crisis psicótica, pero también en una probable epilepsia del lóbulo temporal. Evidentemente en las sociedades occidentales posmodernas la psiquiatrización de toda experiencia no convencional suele ser la estrategia explicativa habitual, más todavía teniendo en cuenta un caso fácil para la psiquiatría como el de PKD, debido a su inestabilidad emocional y mental desde la adolescencia y juventud temprana. Personalmente no estoy de acuerdo.

Tras indagar a fondo en la "experiencia religiosa" o mística de Philip K. Dick durante varios años, considero a nivel personal y subjetivo que esas vivencias finales fueron genuinas más allá de sus estados mentales, representando la parte culminante de su exploración intuitiva, visceral y específica sobre los límites de la realidad, adoptando en su caso una forma muy concreta y peculiar, como sucede con cualquier investigador autodidacta que se embarca en esa búsqueda y exploración, condicionada por las decisiones que tomó a lo largo de su vida y que le llevaron hasta donde llegó.

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