Lobsang Rampa o la apertura del "tercer ojo": budismo, naturismo, orientalismo, esoterocultismo

El viernes, 21 de abril de 1995 mi mundo se detuvo.

Podríamos decir sin temor a equivocarnos que ese día experimenté mi primer acontecimiento arquetípico que define una parte muy esencial y significativa de la aproximación a los límites de la realidad: la sensación de haber "muerto" a una vida anterior y el "renacimiento" en una vida posterior, todo ello dentro de la misma vida. Esto es conocido como muerte y renacimiento mistérico en muchas tradiciones, doctrinas, grupos y sectas. Se caracteriza por ciertos cambios en la actitud y el comportamiento de la persona que, en no pocas ocasiones, genera suspicacias y preocupaciones en el entorno familiar y las amistades cercanas. A veces está justificado (como en el caso de ser captado por una secta y adquirir un compromiso profundo con ella) pero otras muchas veces no lo está. A partir de entonces la persona no suele ser la misma jamás y necesita embarcarse en una búsqueda espiritual o interior que le conduce a entregar su vida inevitablemente a la exploración de los límites de la realidad.

Por el tiempo he descubierto que esta entrega no es voluntaria ni personal, sino dirigida por una serie de impulsos vitales y circunstancias que van mucho más allá de lo volitivo. Sucede a pesar de la voluntad individual, no por elección volitiva ni personal. Qué, quién y por qué son preguntas lícitas que cada cual deberá responder por su cuenta, si es que tienen respuesta. Yo compartiré mis conclusiones provisionales en este dietario.

A mi juicio en retrospectiva, todo lo que sucedió era necesario que sucediera así para llegar adonde tenía que llegar. Esto significa que de repente nació un impulso visceral involuntario por visitar el cementerio de Alcoy en plena adolescencia e inconsciencia, hasta llegar a la tumba del karateka fallecido y quedar absorbido por la frase de Lobsang Rampa. De ahí que esa tumba, fotos, emblema del tipo de kárate que practicaba el fallecido y la frase, todo tallado en la lápida, imagino que de mármol, destacara por encima del resto de tumbas y fallecidos, que no suponían ni representaban nada para mí. Creo sinceramente que ese acontecimiento produjo un punto de inflexión en mi interior, olvidándome después de todo ello para seguir con mi apática, banal y anodina vida, hasta que se reactivó de su letargo inconscienciado en algún lugar recóndito de mi psique, cuatro años después.

¿No es mucha coincidencia que en 1994 hiciera amistad con el único quinto mío que practicaba kárate, en un reemplazo con al menos 50 quintos de la misma edad, y que me iniciara con él tanto en la lectura como en las artes marciales?

Para ponernos en contexto, desde el 13 de noviembre de 1992 practicaba boxeo de manera autodidacta, pues en Alcoy no existía ni un solo gimnasio en esa época donde practicar boxeo. El boxeo en realidad era una de las mayores aficiones de mi padre, pero no tenía demasiado arraigo en España. Parece ser que yo heredé esa afición en plena adolescencia, viendo los combates televisados de la leyenda pugilística y uno de los mejores pesos pesados de toda la historia, el estadounidense Mike Tyson, que mi padre grababa en un vídeo VHS que tuvimos a partir de 1987 gracias a un amigo íntimo de la familia. Pero al finalizar 1992 decidí empezar a practicar boxeo autodidácticamente por mi cuenta, usando prestado un manual de mi padre que si mal no recuerdo, escribió el ex campeón mundial británico de los pesos semipesados Freddie Mills (1919-1965) entre 1948 y 1950. A pesar de su gran afición, mi padre nunca practicó boxeo. Mi inspiración para iniciar la práctica fue estimulada por el que en esos momentos todavía seguía siendo el campeón mundial unificado de los pesos pesados, aunque solo durante un mes más, me refiero al estadounidense Evander Holyfield. Por tanto, cuando fui a la "mili" (así se llamaba el servicio militar), estaba comprometido a fondo con la práctica del boxeo y no tenía mayores intereses. Pero el encuentro con David Calandín fue mi primera "colisión con el infinito", como diría la escritora estadounidense Suzanne Segal (1955-1997).

El 7 de octubre de 1994 recuperé por primera vez, aunque solo parcialmente, el recuerdo rememorado de lo que había sucedido cuatro años antes ante la tumba del karateka alcoyano. Empecé a practicar kárate shotokan y leí mi primer libro al completo. Era una de las primeras biografías sobre el emblemático actor y artista marcial estadounidense de origen hongkonés Bruce Lee (1940-1973), un año después de su prematura e inesperada muerte súbita a los 32 años de edad (al igual que el karateka alcoyano, pero por motivos distintos). Creo recordar que estaba escrita por el periodista estadounidense Alex Ben Block. Esa primera "colisión con el infinito" me sacó de mi letargo pugilístico y redirigió mi vida, preparándome para lo que se avecinaba apenas medio año después. Dejé de practicar boxeo y el noble arte quedó como una afición secundaria que prácticamente olvidé en mi nueva vida posterior. Claramente pertenecía a una vida anterior que estaba extinta.

Y con todo preparado sin ninguna intervención personal a propósito, sino dejándome llevar por los acontecimientos y las circunstancias que iban apareciendo por delante en mi camino, llegó el viernes, 21 de abril de 1995. Era por la tarde y mi alegría por el encuentro con el doble libro en un solo ejemplar de Lobsang Rampa hizo que me sumergiera en la lectura, devorando su contenido. No cuestioné ese contenido, no me pregunté nada, no dudé ni un instante sobre el autor y la veracidad de lo expuesto. Todo lo contrario. A partir de entonces lo tomé como mi nuevo referente y olvidé lo anterior. Bruce Lee se quedó como un artista marcial y filósofo de nivel muy inferior. Lobsang Rampa hablaba de cosas mucho más interesantes, sumergiéndome en los límites de la realidad. Pronto quedó también atrás y seguí con mis descubrimientos fascinantes, pues estaba "atrapado en lo tremendo", como diría el seguidor de Carlos Castaneda (1925-1998) Juan Morales.

Por el tiempo descubrí la verdad al investigar un poco. Tuesday Lobsang Rampa fue el pseudónimo literario principal que usó el escritor británico nacionalizado canadiense Cyril Henry Hoskin, nacido en Plympton, Inglaterra, el 8 de abril de 1910 y fallecido en Calgary, Canadá, el 25 de enero de 1981. En 1948 adoptó un pseudónimo anterior, que acabó convirtiéndose en su nombre legal, Carl Kuon Suo. Entre 1956 y 1980 publicó una serie de libros, 19 en total, que se volvieron muy populares y superventas, siendo uno de los precursores y primeros referentes de la literatura nueva era. En este caso usó el pseudónimo Tuesday Lobsang Rampa para cometer un fraude, engaño y embaucamiento muy popular entre este tipo de autores y referentes: se hizo pasar por un monje budista tibetano que nunca fue, contando su presunta historia "autobiográfica" totalmente ficticia e inventada por su fértil y evocadora imaginación. El encargado del desenmascaramiento fue el alpinista y escritor austríaco Heinrich Harrer (1912-2006) quien conoció personalmente al actual dalái lama, Tenzin Gyatso, durante su infancia y con el cual le unió una estrecha amistad. Desde el principio dudó de los relatos narrados por Rampa en su primer libro y contrató a un investigador privado llamado Clifford Burgess. La investigación llevada a cabo fue publicada en un periódico británico de gran tirada en febrero de 1958. El desenmascaramiento del fraude mermó la credibilidad de Rampa, que se exilió primero en Irlanda, luego en Uruguay y por último en Canadá, pero siguió publicando libros donde se justificaba, aunque nunca alcanzó la popularidad de los tres primeros, publicados entre 1956 y 1960.

Pero Lobsang Rampa solo fue la puerta de entrada a los límites de la realidad. En pocos meses se quedó corto este autor británico y empecé a buscar más información, aunque los libros de Rampa, publicados por la editorial Destino en España y que descubrí enseguida tras acudir por primera vez a la librería Llorens de Alcoy, me estimularon a usar incienso en barritas, practicar meditación y proyección astral, así como a querer hacerme ovolactovegetariano durante un par de años. Rampa despertó un gran interés en mí por la alimentación (aspecto que nunca me había interesado anteriormente) y al no descubrir libros fiables sobre vegetarianismo, recurrí a los únicos que hablaban del tema: los naturistas hispanos e hispanoamericanos del siglo XX. Así fue como entré en contacto por primera vez, aunque fuera a través de las pseudociencias, con algo de la mayor relevancia a todos los niveles: la alimentación. No solo por cuestiones físicas de salud, sino también metafísicas de espiritualidad.

Los libros de Rampa estimularon mi apetito espiritual por el budismo, primero tibetano (al que acudí con mayor seriedad leyendo libros de monjes y lamas autorizados, incluyendo al propio dalái lama) y luego zen japonés. En este caso mi referente principal fue Mokudo (1914-1982), un maestro budista zen japonés llamado Deshimaru Taisen antes de su ordenación, aunque en Occidente fue conocido como Taisen Deshimaru. Inspirado por sus enseñanzas, empecé a practicar zazen o meditación sentado, con las piernas cruzadas en posición de loto y las manos juntas, a la altura del ombligo, adoptando el gesto de la sabiduría. La búsqueda de la práctica zen era un centramiento consciente en la respiración y el aquí ahora, dejando que la mente fluyera en su actividad pensante pero sin prestarle atención de tipo alguno. Aunque mi práctica de zazen no solía realizarla en casa, sino en plena naturaleza, sumergiéndome en las entrañas de un idílico paraje natural alcoyano: el Racó Sant Bonaventura. En cierto recoveco del sendero había un pequeño embalse de agua con un espacio perfecto para una sola persona, donde me sentaba a realizar la práctica. Así fue como experimenté mis primeras conexiones profundas con la naturaleza y el flujo de la vida, al acallar el "parloteo" interno de la mente. 

Esas conexiones "recablearon" de alguna manera mi cerebro y a partir de entonces fui descubriendo que la realidad objetiva exterior a y más allá de nosotros es algo muy diferente, mucho más vasto e infinitamente inconmensurable para nuestra capacidad limitada de comprensión. La mayor parte de nuestra vida solo podemos vivirla en el "gran desconocimiento". Dependiendo de la actitud que adoptemos ante ese "gran desconocimiento" así será el resto de nuestra vida. 

Ahí es donde residen los límites de la realidad y tenemos dos opciones: podemos optar por quedarnos donde estamos desde el nacimiento, atrapados en nuestras limitaciones inherentes al espacio físico basado en la materia y su naturaleza, incluyendo las realidades subjetivas (creencias propias) e intersubjetivas (sociedad, cultura, tradiciones) o podemos optar por explorar desde el marco de esas limitaciones (que siempre estarán presentes durante nuestra vida encarnada) los límites de la realidad, cuestionando, dudando e investigando sin afirmar ni negar rotundamente nada. 

Aunque puede parecer (desde una interpretación subjetiva) que nosotros decidimos volitivamente eso, en realidad tampoco parece ser que sea así como suceden las cosas, de ahí que nuestra propia "naturaleza" (la singularidad que nos particulariza en la definición de nuestros intereses, pasiones e impulsos) nos lleve a entrar en o ni siquiera acercarnos a los límites de la realidad, más allá de gustos y disgustos personales. La mayoría de veces la decisión de indagar, escrutar y buscar no es voluntaria, sino a pesar de nosotros mismos y nuestros aparentes intereses. Llevamos vidas normales, acomodadas, lo más tranquilas posible, adaptándonos a lo que hay en el trasfondo (nacer, crecer, estudiar, trabajar, reproducirse, trabajar, jubilarse y morir), decorando ese trasfondo con aficiones recreativas, momentos de ocio, relaciones interpersonales más o menos sólidas y profundas, experiencias vitales, pero lo más importante con diferencia es que nos pasamos la vida rehuyendo los cambios. Los cambios en nuestra vida casi siempre suelen venir a pesar de nosotros. Desde el punto de vista volitivo significa que vienen impuestos por las vicisitudes de la vida cotidiana, que llegan para sacudirnos a la fuerza, removiendo todo posible confort para hacerlo pedazos. De repente, la enfermedad. De repente, un accidente. De repente, un despido. De repente, la presencia más cercana y directa o más lejana e indirecta de la muerte, a través de sus "mil máscaras" y creativos "disfraces". A partir de entonces ya estamos frente a los límites de la realidad.

Dentro del mismo desarrollo de la segunda mitad de 1995 me percaté de algo sutil pero inequívoco. Y fue, precisamente, practicando zazen. Si bien en un principio la práctica de la meditación sentado, cuya intención era dejar que la mente fluyera sin intervenir ni interferir en sus procesos pensantes aleatorios e hiperactivos, me sentó de maravilla y me ayudó a descubrir la diferencia entre subjetividad interna y objetividad externa, no obstante bien pronto presentí algo que se fue arraigando profundamente en mi interior y me informaba desde dentro con una "voz" inequívoca: a medida que pasaba el tiempo practicando zazen, se perdía gradualmente la sensibilización y poco a poco la práctica iba quedando automatizada por inercia, perdiendo todo su efecto, para convertirse en una rutina mecánica más de tantas. Un hábito inconscienciado sin poder ni efecto. La atención consciente y presente en el aquí ahora no se agudizaba ni de lejos, sino que se perdía por completo. Entonces tropecé con una dicotomía: las autoridades referenciales del budismo tibetano o zen, así como la práctica de vipassana (da igual si pertenecían a la tradición, rama o escuela hinayana, mahayana o vajrayana, las tres principales) afirmaban que la práctica constante durante años y cada vez más horas era la clave para desautomatizarse y tal vez, en algunos casos, "iluminarse". Evidentemente la "iluminación" era la búsqueda final de la religión budista. Pero mi experiencia vital me dictaba otra cosa a los pocos meses de práctica: no es cierto. Lo que pasa es precisamente lo contrario. La práctica constante lo que hace bien pronto es automatizar e inconscienciar del todo. 

Así fue como mi inicial exploración de los límites de la realidad me llevó a distinguir por el tiempo entre las creencias subjetivas engañosas, siempre agrupadas en sistemas de creencia sistematizados (religión, política, filosofía, ciencia) y el verdadero acceso a la realidad objetiva más allá de nosotros y nuestras percepciones y cogniciones. En el probable caso primero, es decir, sucumbir a las creencias subjetivas engañosas, siempre sucede lo mismo: las personas se quedan atrapadas en un lugar concreto que se convierte en su nueva zona de confort y pueden pasar ahí el resto de su vida. Se adhieren a un sistema pendular de creencias y se convierten en practicantes anónimos que retroalimentan ese sistema colectivo para que se expanda, crezca y perdure, o se convierten en referentes (maestros, líderes, secretarios generales, directores, docentes) que escalan y se posicionan dentro de la jerarquía. Da igual si hablamos de sistemas religiosos, políticos, filosóficos o científicos. Todos funcionan igual en el fondo. Sucede exactamente lo mismo en el trasfondo de todos ellos. Cambia el continente pero es el mismo contenido. Jerarquías, conocimientos, información, metodologías operativas, hipótesis, especulaciones, creencias. En el improbable caso segundo se produce una disparidad imprevisible de sujetos que van por libre, indagando, buscando, curioseando, explorando, pero nunca adhiriéndose a ningún sistema de creencias. Pronto sería mi caso. Pero antes me tocaba ir más allá del cómodo lugar en el que había empezado. Sí, el budismo fue el comienzo de todo, pero muy pronto quedó obsoleto para mí. Tenía una imperiosa necesidad "devoradora" por explorar los límites de la realidad y enseguida evidencié que el budismo, como todo en el mundo humano, solo podía llevarme hasta una diminuta orilla reducida de la totalidad omniabarcante. 

Lo que bien pronto descubrí es que los hechos nunca cuadran ni encajan con los dichos. Da igual las teorías, las ideas, las especulaciones, las hipótesis, las creencias, las afirmaciones o negaciones e incluso, en el mejor de los casos, las evidencias que tengamos a mano. Los hechos suelen ser incuantificables, imprevisibles e inimaginables y siempre van por libre, siendo muy difícil que encajen con las ideas, pues son dos cosas totalmente diferentes y opuestas: las ideas surgen de nuestra imaginación pero los hechos son independientes a nuestra imaginación. Y la realidad objetiva está basada en hechos, no en ideas imaginarias. Y sí, las valoradas evidencias científicas, aunque pueden acertar mucho más que cualquier creencia, no obstante también están sujetas al mismo principio ideal, pues surgen de una metodología inventada y analizada o cuantificada subjetivamente por humanos que parten de sus limitaciones y las impregnan en toda esa metodología, lo cual no significa que sus resultados no sean útiles ni tengan valor si sabemos calibrarlos correctamente.

La aparición de Lobsang Rampa como catalizador inicial que puso mi vida patas arriba por primera vez para embarcarme en la exploración de los límites de la realidad fue, visto con la perspectiva del tiempo, fundamental, a pesar de ser el personaje un mentiroso farsante embaucador. Porque me abrió una serie de "portales" que hasta el momento habían permanecido cerrados y sellados para mí como veinteañero recién estrenado. De todos ellos destacaron dos en particular: el vegetarianismo y el esoterocultismo.

Mi primer contacto con el vegetarianismo fue religioso y espiritual, pero solo durante un breve periodo de tiempo. La alimentación humana siempre ha estado sometida a legislaciones y preceptos religiosos desde el neolítico, el origen de las civilizaciones y la consiguiente creación de religiones organizadas que buscan el culto, así como implantarse e imponerse colectivamente a la fuerza coactiva o a la presión social y el chantaje persuasivo, bien sea de manera directa (volviéndose política) o indirecta (volviéndose tradición). Desde ciertas religiones orientales de Extremo Oriente o Asia la alimentación humana adoptó por el tiempo la supresión ideológica del consumo de alimentos que procedieran del cadáver de los animales y su matanza previa. Esta creencia religiosa que dio pie al vegetarianismo muchos siglos antes de que se convirtiera en una filosofía propia y estilo de vida, es solo comprensible dentro del marco ideológico de esas religiones, donde existen conceptos, ideas y doctrinas como las energías místicas vitales (prana, chi, ki), las consecuencias de nuestros actos (karma), la reencarnación (samsara) o la cercanía evolutiva entre los animales y nosotros, pues técnicamente hablando pertenecemos al reino animal.

Por descontado y como le sucedía a cualquier occidental que no estuviera en contacto o al menos conociera esas creencias religiosas orientales, jamás escuché nada parecido durante mi infancia y adolescencia hasta que leí los dos primeros libros en uno de Lobsang Rampa. Pero a partir de entonces mi perspectiva cambió radicalmente y presentí, no sé muy bien por qué, en algún lugar recóndito de mi interior, que lo afirmado por este embaucador en relación al vegetarianismo era de una certeza inapelable. En sus libros Rampa daba explicaciones explícitas y detalladas sobre los efectos metafísicos o espirituales que tenía comer carne y pescado, es decir, consumir el cadáver de los animales, fueran mamíferos, aves, peces o mariscos. Y de nuevo sin saber por qué pero desde el principio tuve la certeza absoluta de que estaba en lo cierto. Así que decidí hacerme ovolactovegetariano a partir de ese momento. Pero había una considerable pega: ¿Qué sabía yo de nutrición? Absolutamente nada. ¿Cómo adoptar una dieta vegetariana sin tener ni idea de lo que debía ingerir? Lo primero al plantear la adopción de una dieta restrictiva, era una lícita preocupación inherente y lógica: ¿Es sostenible y saludable adoptar una dieta vegetariana? ¿O por el contrario tendría carencias nutricionales y enfermaría? Primero intenté acudir a los expertos autorizados, en concreto al doctor Francisco Grande Covián (1909-1995), un médico e investigador español especializado en nutrición y bioquímica. Fue el fundador y primer presidente de la Sociedad Española de Nutrición, así que no se trataba de un don nadie o un cualquiera, sino todo lo contrario. Pero no pude sacar nada en claro, excepto que el vegetarianismo, en cualquiera de sus variantes, era peligroso, una fuente de carencias nutricionales aseguradas y la posibilidad alta de enfermar. Esa posición, a grandes rasgos, era la que mostraban el resto de médicos, bioquímicos, endocrinólogos y nutricionistas del momento. Era desalentador y desesperanzador el panorama, pero entonces, indagando y escrutando las librerías, tropecé con los primeros libros de los naturistas hispanos e hispanoamericanos.

El naturismo es una filosofía de vida y doctrina ideológica que promueve la creencia en el uso de los agentes naturales para preservar la salud si ya se tiene o su recuperación si se ha perdido. La doctrina principal afirma que debemos volver a la naturaleza tanto para preservar la salud como para recuperarla si hemos enfermado. Se trata de una ideología absoluta, pues afirma que la salud solo se puede preservar en contacto con la naturaleza y lo más peligroso y arriesgado: que solo se puede recuperar tras enfermar volviendo a ella. 

El naturismo nació como movimiento a finales del siglo XIX en Europa, alcanzando su mayor auge y popularidad durante las tres primeras décadas del siglo XX. Lugares como Alemania, España o Reino Unido fueron referentes principales en el naturismo, uniéndose al mismo tiempo Hispanoamérica. Pero hubo también un movimiento precursor medio siglo antes en Estados Unidos: el higienismo. Prácticamente era lo mismo a nivel ideológico, aunque sus posiciones eran más extremas, llegando a preconizar el frugivorismo (alimentarse solo de frutas y verduras). Los higienistas estadounidenses fueron los verdaderos pioneros precursores del veganismo (alimentarse solo con alimentos de origen vegetal) un siglo antes de que se creara el concepto y la filosofía de vida animalista y antiespecista que lo fundamentaría. Como el concepto "vegan" no existiría hasta 1944, lo llamaban vegetarianismo estricto. En cambio, el naturismo huiría de ese tipo de vegetarianismo y se centraría en una dieta ovolactovegetariana, donde se excluían las carnes, los pescados y los mariscos, pero se incluían los huevos y los lácteos. Como medida presuntamente "terapéutica" extrema y cuasi milagrosa a su parecer, ambos movimientos popularizaron distintas formas de ayuno. Pero no existe ninguna evidencia de que el ayuno sea "curativo" ni "preventivo" y sí es claramente peligroso, en especial si lo implementan personas con enfermedades graves, crónicas y degenerativas, donde el ayuno, lejos de ayudar o sanar, debilita, agravando más la condición patológica presentada. También se popularizaron ideas extremas como las monodietas (principalmente de una sola fruta) y los zumos de frutas y verduras para tratar las enfermedades. En el caso de las monodietas estamos ante una variante parecida al ayuno y en el caso de los zumos o jugos (aunque sea con la pulpa) es peor, pues se trata de un concentrado de azúcares libres equivalente a tomar golosinas a puñados (pues los azúcares intrínsecos de las frutas y las verduras se liberan al procesar su matriz). Todavía hoy persisten centros especializados en este tipo de "tratamientos", como el Instituto Gerson, fundado por la hija del doctor Max Gerson (1881-1959), fundador de la mal llamada "terapia" Gerson, cuyas presuntuosas afirmaciones eran que podía "curar" el cáncer y la mayoría de las enfermedades crónicas mediante zumos de frutas y verduras, así como enemas de café (aunque el famoso médico alemán dueño de esas infundadas y peligrosas afirmaciones murió de neumonía a los 77 años de edad).

Durante dos años fui ovolactovegetariano y practiqué el naturismo, pero luego abandoné tanto el vegetarianismo como el naturismo. Debía seguir explorando los límites de la realidad y eso implicaba adoptar comportamientos, estilos de vida y el uso de sustancias psicotrópicas incompatibles con las doctrinas naturistas. 

Durante casi dos décadas volví a ser omnívoro, pero hace una década regresé a las dietas basadas en plantas, aunque desde otra perspectiva muy distinta, fundamentándome en la nutrición basada en la evidencia y no en sistemas ideológicos de creencia como el vegetarianismo o el veganismo. La primera sociedad vegetariana fue fundada en 1847 en el Reino Unido. A partir de ese momento se considera que dio comienzo el vegetarianismo como un estilo filosófico de vida en forma de movimiento ideológico. El veganismo nació un siglo después, como escisión provocada en 1944 por Donald Watson (1910-2005) en el seno de la Sociedad Vegetariana británica, creando el término "veganism" para distanciarse y así diferenciarse del vegetarianismo. En este caso el veganismo no se presenta como una forma de alimentación que excluye los alimentos de origen animal, sino como una filosofía de vida centrada en no usar, torturar ni dañar a los animales, excluyendo así el uso de pieles o productos que contengan materias primas originadas en el reino animal, además de todas las formas de entretenimiento que involucre a los animales, como los circos o los zoos, incluyendo también la investigación científica o cosmética con animales.

En este caso me desconecté temporalmente de aquella certeza recibida al leer los libros de Lobsang Rampa sobre la alimentación vegetariana a nivel espiritual, pero en las navidades de 2013 y tras una mala experiencia durante la cena de Nochebuena con unas albóndigas, desarrollé una especie de asco visceral ante la carne. Ese asco impulsivo me ha impedido volver a comer carne desde entonces, pero seguía comiendo pescado. Entonces, en noviembre de 2015 y tras visitar por primera vez un restaurante vegetariano con mi mujer, en Murcia, me percaté de que también odiaba comer pescado y solo lo hacía por obligación autoimpuesta, creyendo que era necesario por motivos nutricionales, como el omega-3 aportado. Volví a realizar una revisión exhaustiva de esas creencias y descubrí que estaba equivocado. No había base ni fundamento científico basado en hechos para comer alimentos ni productos de origen animal como necesidad nutricional. Se trata únicamente de una elección personal que podemos tomar o rechazar por motivos particulares. Esta vez los conocimientos científicos en 2015 habían cambiado radicalmente en referencia a los que teníamos disponibles en 1995. Es lo que tiene de bueno la ciencia en comparación con la religión, la filosofía o las pseudociencias: sus conocimientos cambian a medida que las evidencias cambian y las metodologías de investigación mejoran. Para temas delicados que afectan directamente al cuerpo y la materia, como la alimentación y la salud, descubrí que nada era equivalente a la ciencia o la evidencia científica, aunque en otros aspectos tal vez la ciencia se quedara corta.

Por último, la aparición de los primeros dos libros en uno de Lobsang Rampa, que me llevaron a leer la mayor parte de su obra, publicada por la editorial Destino (antes de convertirse en uno de los más importantes sellos editoriales del Grupo Planeta), trajo la apertura simultánea de otro "portal" que por el tiempo se convertiría en uno de los más relevantes: el esoterocultismo. Se trata de dos conceptos cercanos aunque en realidad separados, que prefiero aunar en uno solo: esoterismo y ocultismo. Aquí entramos en el resbaladizo terreno de las creencias más subjetivas, por tanto no hay consenso sino infinidad de interpretaciones. A partir de ahora y mientras hable de esta temática tan particular voy a dar únicamente mi punto de vista personal.

Esoterismo hace referencia a una serie de ideas, doctrinas, creencias y prácticas que se supone forman parte de tradiciones religiosas y espirituales pertenecientes o adheridas a las religiones mayoritarias, pero no compartidas públicamente ni enfocadas a una mayoría. Son enseñanzas reservadas a una minoría, un grupo selecto de "iniciados" y "adeptos". Se opone al concepto exoterismo, que haría referencia a lo contrario: enseñanzas externas y compartidas públicamente para todos los creyentes. Esto es lo que se supone o se explica que es el esoterismo. En realidad las cosas son más sencillas y prosaicas, así como bastante menos enigmáticas de lo que parece. El esoterismo ha intentado mantener un aura de misterio durante varios siglos, pero al final solo ha conseguido crear ficciones pseudohistóricas y románticas fácilmente desenmascaradas, destacando las leyendas de perpetuación, que predominaron en los siglos XVII y XVIII. Desde el siglo XIX, especialmente en el último cuarto, el esoterismo se ha convertido en una serie de movimientos ideológicos sectarios que alcanzaron mayor o menor popularidad, haciendo referencia a una serie de corpus doctrinales en los que decidías creer y aceptar cual dogma de fe o rechazar, volviéndose sinónimo de ocultismo.

Ocultismo hace referencia a una serie de disciplinas y prácticas obsoletas y anacrónicas que en origen procedían de la antigüedad y tuvieron su relevancia según los periodos históricos, pero luego fueron quedando relegadas al olvido, excepto para una serie de personas interesadas, que continuaron perpetuando la práctica modificada de esas disciplinas. Básicamente y a grandes rasgos hay tres disciplinas principales: magia, astrología y alquimia. Las tres se remontan a periodos históricos de la más remota antigüedad, estando presentes con variaciones en culturas tanto orientales como occidentales: Mesopotamia, Egipto, Persia, Grecia o Roma. Tras el comienzo de la Edad Media y la implantación del cristianismo en Occidente se distorsionó, reprimió y prohibió estas disciplinas, pero durante todo el Renacimiento volvieron a popularizarse como ciencias ocultas, que era el nombre recibido durante esa época. Aunque nuevamente quedaron eclipsadas a lo largo de la Ilustración y el desarrollo de la ciencia. La magia desapareció absorbida por la física, la astrología por la astronomía y la alquimia por la química. Entonces, llegado el siglo XIX, un mago ceremonial y ocultista francés muy conocido, Alphonse Louis Constant (1810-1875), que adoptó el pseudónimo Eliphas Lévi Zahed (en realidad su nombre en hebreo), inventó el término ocultismo. A partir del siglo XIX también se añadió la parapsicología y el estudio de los fenómenos paranormales al ocultismo. Otro aspecto que también se popularizó fue la adivinación del porvenir a través de una amplia diversidad de "mancias". A pesar de su obsolescencia, las disciplinas ocultistas han seguido siendo estudiadas y practicadas hasta la actualidad, con creaciones y abordajes tanto religiosos y sectarios como filosóficos y artísticos más o menos creativos, formando parte de intereses personales privados, pero también presentes a lo largo de toda la cultura popular.

El "portal" esoterocultista me abrió un abanico ilimitado de posibilidades para explorar los límites de la realidad como ningún otro aspecto de las invenciones humanas me había aportado (ni tampoco me aportaría después) hasta ese año inicial que dio el pistoletazo de salida: 1995. Aunque en principio me acercaría leyendo las revistas de misterios y enigmas creadas por decanos en estas cuestiones como el doctor Fernando Jiménez del Oso (1941-2005) o Enrique de Vicente, donde se incluían temas como la ufología, el espiritismo, o los fenómenos paranormales, el énfasis de estas revistas, periodistas especializados y "mundillo" concreto en las teorías conspirativas me generaría un rápido rechazo. Entonces empezaría indagando en las doctrinas de los dos referentes principales que marcarían un punto de inflexión entre el último cuarto del siglo XIX y el primer cuarto del siglo XX: Helena Petrovna Blavatsky (1831-1891) y Rudolf Steiner (1861-1925). De ambos personajes saldrían una serie de creencias y doctrinas que condicionarían el desarrollo de casi todos los sistemas de creencia esoterocultistas posteriores.

A lo largo de la siguiente década me dedicaría a indagar en dos frentes opuestos pero complementarios. Por una parte seguiría inmerso en el estudio y las prácticas orientales asiáticas. Del budismo pasaría al hinduismo, dándome de bruces con la religión más inusual e inabarcable del mundo, debido a su amplitud de miras omniabarcante, donde caben una improbable cantidad de cultos, divinidades, mitologías y creencias dispares, formando una especie de armonía consonante admirable y bastante tolerante, viendo el comportamiento dogmático, disonante e intolerante de la mayoría de religiones mundiales, centrándome, por tanto, en el aspecto que más llamó mi atención: el yoga. Por otra parte me dediqué al estudio del esoterocultismo, "devorando" libros, personajes referenciales, movimientos sectarios, conceptos, ideas, doctrinas, disciplinas, métodos y prácticas, destacando la magia ceremonial, que captó mi atención enseguida, eclipsando a las otras disciplinas, como la astrología o la alquimia, que nunca llamaron mi atención lo suficiente ni despertaron mi interés, por algún motivo que desconozco, como la absorbente magia ceremonial, que me llevó a los confines de la realidad en diferentes etapas vitales separadas por años.

Todo esto y mucho, muchísimo más sucedió gracias a mi encuentro fortuito e inesperado con Lobsang Rampa el viernes, 21 de abril de 1995.


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